Apuntes

El miedo a no estar a la altura ante un estreno

JOSEP MARIA POU

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El miedo del portero ante el penalti es el título de una novela de Peter Handke convertida en cine gracias a Wim Wenders. Es, hay que reconocerlo, un gran título. ¡Qué alegría, la del autor, cuando acierta con el título redondo, perfecto, inapelable! La frase salta luego de la cubierta del libro al patio de la casa, corre de boca en boca, se hace común y cada cual encuentra dónde y cómo aplicarla.

Ahora mismo me viene de perlas para describir lo que siento ante un nuevo e inminente estreno: miedo. Podría jugar con la frase, desvestirla, peinarla, maquillarla y decir: «El miedo del actor ante el ridículo». Pero no sería justo. No es ese miedo el que aparece, inevitable, ante cada estreno. En absoluto. Uno ya no tiene -no debe tener- miedo al ridículo, porque el ridículo forma parte del juego y puede llegar a ser, bien canalizado, material artístico de primera. No. El miedo que bloquea, paraliza y te hace perder, incluso, el control de los esfínteres es el miedo a fallar. A no estar a la altura. A no acertar. El miedo que produce ser responsable de tus actos.

No sirve de consuelo saber que otros antes y aún otros después pasaron y pasarán por lo mismo. Me fijo en los actores, claro. Y pienso en el miedo que debió pasar John Wilkes Booth la noche en que entró en el teatro y en lugar de ir directamente al escenario -su hábitat natural- se coló en el palco en el que el presidente Lincoln presenciaba la representación y le mató de un disparo en la cabeza. Por cierto, grandioso el documental de ficción Matar a Lincoln que se pudo ver en televisión el pasado domingo y que viene a completar, con nuevos puntos de vista, el -grandioso también- filme de Spielberg. Al hilo de esta película, pienso en el miedo que debió pasar Daniel Day-Lewis -¡tres Oscar, tres!- cuando, en 1989, interpretando a Hamlet en el National Theatre de Londres, empezó a tener convulsiones y a llorar desconsoladamente en mitad de una escena comprometida, hasta el punto de irse del escenario a la carrera dejando la representación inacabada. Desde entonces no ha vuelto a hacer teatro. Se entiende.

La responsabilidad de Grillo

Miedo, también, el que debe sentir ahora mismo otro actor, Beppe Grillo, al que los italianos otorgan la responsabilidad de acabar de una vez por todas con una antigua y caduca forma de hacer política.

No quisiera estar en su pellejo. Prefiero mi miedo. El que ahora mismo me deja la boca seca, camino del escenario, segundos antes de que se levante el telón.