Análisis

Messi no compite, juega

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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El hombre récord no falló. El mejor jugador del mundo estuvo presente en Balaídos y fue, cómo no, el protagonista del encuentro y de la jornada. Como viene siendo el protagonista de la temporada, del ciclo.

Ni siquiera llegar desde las alturas, venir desde el más allá (allí es donde está La Paz), venir de vomitar y pasar un mal rato en el campo, hizo que Leo Messi fuese menos Leo Messi. Tampoco jugar rodeado del equipo B le hizo ser menos Pulga.

Porque Messi no compite. Messi no busca los récords. Le salen solos. Los supera sin querer. Messi no piensa en ganar. Ni en amasar títulos. Ni en coleccionar Balones de Oro. Ni siquiera en ridiculizar a sus marcadores, demostrar que es el número 1 o perseguir leyendas como O Rei Pelé, Maradona, Di Stéfano y Cruyff.

No. Nada de eso está en el libro de estilo de Leo Messi, cuyo único y sencillo objetivo es jugar. Un ardiente deseo de jugar. Jugar a fútbol. Divertirse. Jugar en el sentido original de la palabra. En el sentido que aprendió en su barrio de Rosario y en aquel colegio Las Heras de su ciudad, en cuya Sala Gabriela Mistral contaba con la mayor cómplice que ha tenido en su vida, con Cintia Arellano, aquella niña que ejercía de intérprete cuando Leo le pedía que hablase por él con la profesora o que le escribiese (como así lo hacía Cintia) las respuestas de los exámenes.

Ese Messi ya aprendió entonces que debería rodearse de amigos que le ayudasen a lograr sus metas. Antes, parar saltar de clase; ahora, para alcanzar sus estratosféricos números. Se diría que las Cintias de ahora se llaman Pedro, Villa, Tello, Alexis y Cesc. Ellos son sus cómplices en el campo. Parecidos, sin duda, a aquellos que la Pulga tenía, ya de niño, cuando militaba en aquel prodigioso equipo infantil del Newell's Old Boys conocido como Máquina 87.

«Un día -explicaba Kevin Méndez, que lo tuvo hospedado en su casa de Lima (Perú) durante la Copa de la Amistad-, mi madre nos envió a comprar el pan a tres cuadras de casa. Salimos de casa y Leo, que siempre llevaba un balón bajo el brazo, empezó a darle toquecitos mientras caminábamos por la acera hacia la panadería. Pues bien, fuimos y volvimos durante seis cuadras sin que el balón se le cayese. Estaba claro que el balón era su amigo inseparable».

El mismo Messi que vomitó, que ha jugado siempre, que no ha parado, que no quiere parar, que no compite sino que juega, que no se esfuerza sino que se divierte, fue ayer protagonista de un nuevo cántico de «¡goooool!» que dura ya 19 jornadas, es decir, 1.710 minutos. Hasta que se lo propuso la Pulga, nadie había logrado un sostenido tan prodigioso, tan afinado, tan sonoro, tan prolongado. Lo poco o mucho que hizo el Barça (penalti no señalado, asistencia de gol y ¡gol!) fue obra de Messi. Más o menos, como ocurría en el Máquina 87. Portentoso.