La rueda

Mantener el AVE

Renfe debería evitar que el tren de alta velocidad se convierta en un medio cutre

CARLES SANS

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Parece mucho tiempo y resulta que hace más bien poco que la línea de alta velocidad llega a Barcelona. Fue en el 2008 cuando nos situamos a dos horas y media de Madrid. Aquel año el AVE entraba en Barcelona transportando la obstinada aseveración del entonces presidente Zapatero de que la crisis no era tal cosa. (Obsérvese hasta dónde nos ha llevado tanta ceguera política y financiera). Recuerdo perfectamente el olor del vagón el día que subí en él por primera vez. Olía a plástico nuevo. Por desgracia, ese olor a estreno ha sucumbido bajo los primeros síntomas de un exiguo mantenimiento. Aunque sea lógico que con el uso continuado del servicio se produzca un desgaste, no lo es tanto que este llegue a ser tan deplorable como lo es últimamente.

En el asiento que ocupaba en un reciente viaje había una mancha en forma de rostro sonriente y pelo alborotado, que alegóricamente venía a representar la imagen de una gestión decadente en un proyecto ruinoso. El déficit que supone mantener tanto tren que no hace falta acaba repercutiendo en las líneas que son más útiles, aunque deficitarias también. Fui entonces al retrete con estos pensamientos, y definitivamente los lavabos del AVE… huelen mal; al parecer los 5 millones de pasajeros que vamos y venimos de Madrid sufrimos una desmesurada incontinencia que no consigue contrarrestar el equipo de limpieza de una Renfe incapaz de amortizar una inversión de casi 9.000 millones de euros. En el mismo viaje, un matrimonio se quejaba de los auriculares: no podía oír nada de la película que se proyectaba en un monitor, cuya imagen saltaba de vez en cuando.

A quien corresponda preocuparse debería evitar que el AVE acabe siendo un medio cutre en un país que lucha por no serlo. No caigamos ahora en la decadencia que toda crisis parece arrastrar y superemos los errores que, aún ahora, estamos a tiempo de subsanar.