Al contrataque

Los refugiados y la vergüenza

Familias de refugiados tras cruzar la frontera de Macedonia.

Familias de refugiados tras cruzar la frontera de Macedonia. / periodico

SÍLVIA CÓPPULO

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Vergüenza debería darnos como europeos confiscar los bienes de los refugiados, dicen unos. Que colaboren a su manutención, dicen los demás. Si tienen dinero, ¿por qué debe ser el Estado (o sea, cada uno de nosotros) quien se lo pague todo, tantos como son y tantos como llegan? Las voces gritan, indignadas. Las voces de los que buscan asilo escapando de la guerra, muriendo de frío, pagando a las mafias, arriesgándolo todo, hasta la vida. Y se quejan también las personas de los países que reciben miles de refugiados. El Parlamento danés puede aprobar la próxima semana un proyecto de ley que prevé confiscar los objetos de valor a los refugiados para financiar su manutención. Objetos que cuesten más de 10.000 coronas (1.340 euros) y el dinero en efectivo que supere esta cifra. Quedan excluidas las cosas que tengan un valor afectivo, como los anillos de boda o los retratos. Los ordenadores y los teléfonos móviles tampoco corren peligro. En Suiza ya funciona así: los refugiados deben dar el dinero que lleven encima por un valor superior a mil francos suizos (913 euros) cuando entran en el país alpino, y si en el plazo de siete meses vuelven a su país de origen podrán recuperar el dinero.

«¡Pero si nosotros somos los mejores, los que somos capaces de partir, los que estamos mejor preparados! Y es evidente que no somos ricos. Los ricos del mundo no tienen problemas para viajar de un país a otro», me dice en un catalán perfecto, y conteniendo la indignación, José Luis Nvumba, abogado, de Guinea Ecuatorial, que vino a Catalunya como refugiado en 1994. Se estima que el año pasado Suiza acogió a unas 30.000 personas, y Dinamarca (que tiene una población similar a Catalunya), 13.000. Muy lejos de los 3.000 refugiados de toda España y, por el lado opuesto, del millón que ha llegado a Alemania.

La memoria vital

«Los políticos quieren ganar las elecciones», me dice el economista Francesc Granell. «La gente que acoge se preocupa por los impuestos que deberá pagar. Como usted, como yo, como el autónomo, como el asalariado». Todo el mundo está de acuerdo en que hay que actuar en el país de origen, contra las dictaduras, pero intereses económicos, estratégicos... se argumenta, o sea, palabras que nada tienen que ver con humanidad. A nosotros -que recibimos muy pocas personas refugiadas-, pensar en confiscarles los bienes nos indigna. En la memoria vital tenemos a nuestros abuelos escapando de la guerra o de la dictadura franquista y buscando refugio en México o en Francia. Nos sorprende que países a los que nos queremos parecer decidan coger el dinero a los refugiados. La UE fracasa. El mundo fracasa. Está claro que no salen los números y que gestionar lo que llamamos crisis de los refugiados. No lo es y nos da vergüenza.