La rueda

Los perros primero

Poner a un animal por encima del bienestar de las personas en la ciudad es un contrasentido darwiniano

NAJAT EL HACHMI

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En su hilarante sección en el programa DivendresMarc Giró habló una vez de los falsos buenos, personas que por haber hecho algo por los demás se consideraban por encima del resto de humanos. Situaba dentro de este grupo a los amantes de los perros que, por el simple hecho de dedicarse a cuidar de uno de estos animales, piensan que ya están situados en otra esfera de la bondad universal. Como en todo, no hay que generalizar, porque hay personas muy responsables y conscientes del impacto de sus respectivos perros, pero tampoco hay que negar que hay un porcentaje considerable de dueños de perros con unas actitudes hacia los otros que propenden, como mínimo, como mínimo, al incivismo.

Desde que se multa a quienes no recogen las defecaciones de sus queridos mejores amigos en medio de la vía pública ha bajado sustancialmente el número de mierdas que tenemos que esquivar por la calle, pero eso no impide que muchas parejas amo-perro se comporten como si la ciudad fuera suya, como si el espacio público se hubiera ideado exclusivamente para sus necesidades de recreo. Hay perros pequeños que van sin atar, y también los hay enormes y peligrosos. Pero nunca les puedes decir nada a sus dueños, porque si lo haces se ofenden, se indignan y te tratan con desprecio. Da igual que vayas caminando con una criatura de poco más de un metro sobre la que se ha abalanzado el animal, los dueños siempre te dirán lo mismo: «¡Si no hace nada!». No hacen nada hasta que lo hacen, claro. También es curioso que no me haya encontrado a nadie que tenga un mal perro.

El caso es que poner a un animal por encima del bienestar de las personas que viven en una ciudad es un contrasentido darwiniano, como lo es extender los derechos democráticos a los otros niveles de la cadena alimentaria. Pero viendo cómo reaccionan muchos de estos falsos buenos, una está tentada de revisar la validez del evolucionismo.