La rueda

Los niños refugiados

CARLES SANS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No soy padre y no tengo el hábito de convivir con niños; mi relación con ellos siempre ha sido desabrida. Pero me gusta esa parte ingenua, divertida y tierna que tienen. A los niños siempre les he otorgado su valor por la trascendente asignación de perpetuar nuestra especie, que no es poca cosa. La niñez es el pasado de cualquier adulto, y las sociedades más avanzadas no escatiman medios para convertir a nuestros hijos en personas capaces de mejorarnos en lo humano y en lo científico. Los niños son esponjas que absorben todo lo que ven y oyen. Y algunos son fieles reproducciones de sus progenitores, de los cuales reciben los afectos o desafectos que marcarán su carácter y por ende su futuro.

Por fin nuestra sociedad se ha percatado de que la niñez es un material sensible que hay que proteger. Pero, por desgracia, no son siempre los protagonistas de buenas noticias. Esta semana, sin ir más lejos, hemos sabido de la desaparición de 10.000 niños refugiados en Europa. Dicen que bandas que trafican con personas los secuestran y los utilizan como esclavos o como donantes de órganos. En Italia han desaparecido muchos que, al llegar milagrosamente con vida a Europa huyendo del terror de la guerra, son secuestrados por criminales que les arrebatan la libertad o incluso lo único que les quedaba, la vida. Solo en Alemania se contabilizan casi 5.000 niños en paradero desconocido.

Desde aquella foto publicada en septiembre de Aylan, el niño sirio de 3 años muerto en una playa de Turquía, o las imágenes que debimos asimilar de pequeños flotando en el mar, hasta la de los desaparecidos de estos días, siento con mayor intensidad lo desgarradoramente cruel que es la vida al emplear tanta brutalidad y tanta salvajada con lo más tierno y más indefenso de nuestra especie, los niños.