Los mitos caídos el 21-D

La izquierda perdió durante años culpando a los abstencionistas en lugar de hacer autocrítica

Carles Puigdemont

Carles Puigdemont / ERIC VIDAL

ALBERT SÁEZ

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Durante años, la izquierda catalana durmió tranquila tras sus sucesivas derrotas frente al pujolismo. Los politólogos inventaron un concepto, abstención diferencial, que permitía evitar la autocrítica. Según este mito, una parte del electorado catalán se abstenía en las elecciones al Parlament porque no se sentía concernido por lo que allí se decidía. Estos abstencionistas se concentraban en las áreas metropolitanas de Barcelona y de Tarragona y todos eran potencialmente votantes de izquierdas. Según este razonamiento, con una participación por encima del 75%, los partidos llamados nacionalistas jamás conseguirían mayoría en el Parlament.

En el 2015, este castillo de naipes se tambaleó y el 21-D se hundió definitivamente: con una participación del 82%el independentismo logró 70 diputados y volvió a perder en votos, aunque menos de lo que algunos afirman: si medimos el voto representado en los escaños, los independentistas suman el 48,2% frente al 51,6 que no lo son. Otra cosa es si lo hacemos con los constitucionalistas, que suman el 44,1%. Con una participación record, las cosas están más o menos como estaban cuando votaba el 70%, al menos en lo que se refiere al asunto de la independencia. Y con el mito de la abstención diferencial, caen el de la mayoría silenciada y el de la falta de proporcionalidad del sistema electoral: como han explicado los investigadores Fernández Esquer y Rama Caamaño la media de las elecciones catalanas se sitúa en el 3,9 frente al 7,2 del Congreso de los Diputados en el índice de Gallagher.

Derrocar estos mitos, antes de que alimenten otros nuevos como el de Tabarnia, es tan o más importante como el esfuerzo que se ha hecho para deshacer los de los independentistas: no tuvieron ni tienen un mandato democrático ni una mayoría suficiente para hacer otra cosa que no sea gobernar una autonomía si llegan a ponerse de acuerdo. En sus manos está decidir si lo hacen de nuevo sobre la irrealidad y se cargan el último mito que les aleja de lo peor de Europa: Catalunya, un sol poble Nada causaría hoy mayor gozo en la España inmovilista como que sean  los independentistas quienes lo destruyan.