Los juguetes también tienen sexo

Inés Álvarez

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Hoy finaliza una de las etapas que, como si de una yincana se tratara, deben salvar los padres para nutrir a sus hijos de esos juguetes que desbordarán su superávit. Ahora, a por los Reyes. Y, entre las múltiples disyuntivas que se les habrán presentado al intentar cumplir con el canon de progenitores responsables, no habrá faltado desechar el sexismo que supone el camión para el niño y la cocinita para la niña.

Es triste, muy triste, que a diario se produzcan escenas como la que nos ofreció Julia Otero en esa pincelada del futuro que nos espera que es el programa No em ratllis: niños que, al proponérsele una muñeca como juego, la soltaban como si desprendiera fuego. Tan lamentable como que otro de ellos reconociera que por qué no, aunque si alguien llegara a verle... (Que salten las alarmas: la humanidad podría perderse un gran hombre).

No obstante, tampoco se debe forzar los gustos hasta el paroxismo. Es el caso de aquella adorable educadora de guardería que recriminaba cariñosa pero firme a una madre porque su hijo no tenía una muñeca, cuando la igualdad parental que se respiraba era tal que el niño gritaba "papá" al visionar el vídeo de La Cenicienta. O el de la hiperfeminista que, tras prohibir a su hija que entrara una Barbie en casa, debió ceder, resignada, al ver que su tiranía había llevado a la pequeña a jugar en la clandestinidad con la de su convencional vecina.

Vigilantes, pero sin forzar. Tiempo tendrán los chavales de ver que si no planchan deberán vestir a lo Adolfo Domínguez, y las chicas de que, a diferencia de a la rubia platino, la casa no la traen los Reyes ni el coche, Papá Noel. Y que no todos los hombres son de tan buena pasta como Kent, el que fuera su impertérrito novio de plástico.