Los feminicidios y el fracaso social

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ALBA ALFAGEME

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Cuando las mujeres asesinadas han buscado respuestas en el sistema judicial, han tenido que superar periplos y dificultades en su busca de las puertas de salida.

La principal causa de muerte violenta de las mujeres es el asesinato a manos de sus parejas o exparejas. Los feminicidios desgraciadamente se han convertido en una realidad demasiado presente en nuestra sociedad. La violencia machista muestra en los asesinatos el extremo más violento de una violencia estructural que descansa sobre unos cimientos de una cultura que sigue alimentando la desigualdad entre hombres y mujeres. Esta violencia en muchas ocasiones es menospreciada y normalizada como un elemento más de nuestro atrezzo social, es considerada un asunto de "mujeres", por tanto un tema de "las otras".

Esta violencia toma dimensiones de pandemia cuando se visibiliza la magnitud de las cifras que la componen. Según la Enquesta de Violència Masclista de Catalunya (EVMC), una de cada cuatro mujeres catalanas ha sufrido violencia machista grave a lo largo de su vida.

Sin embargo, es bien sabido que la mayor parte de esta violencia nunca es denunciada, porque se mueve cómodamente en los espacios privados, en los espacios de silencio donde la ocultación la alimenta y la expande. La misma EVMC indica que solo se denuncian el 20% de las situaciones de violencia machista en el ámbito de la pareja.

Y es que el miedo a la venganza del agresor, el deseo de no perjudicar al violento ni en el entorno familiar, así como la desconfianza en el sistema judicial se convierten en los principales elementos que llevan a las mujeres a no denunciar.

Todos estos motivos se ven amplificados por la vergüenza social que muchas mujeres tienen que soportar cuando deciden romper el silencio. Se las estigmatiza como víctimas, como mujeres vulnerables, débiles y pasivas, en lugar de significarlas como supervivientes.

Pedimos a las mujeres que denuncien, desde la lectura externa del espectador distante de una realidad extremadamente compleja, como si romper el perverso círculo de la violencia fuera un ejercicio sencillo.

Desprecios, humillaciones, culpa, agresiones ... son tan solo ejemplos que conforman la perversa amalgama que acaban tejiendo los violentos en torno a las mujeres, a las que intentan destruir en lo más íntimo y a la vez inocularlas su visión del mundo. A través de la violencia, buscan dominarlas, empequeñeciéndolas y amputándolas de su libertad.

Y cuando este dominio se ve amenazado, cuando sobreviven a estos ataques constantes, mostrando su capacidad para salir adelante y rompiendo su monopolio del dominio, el riesgo aumenta exponencialmente, y es cuando una nueva agresión suele tomar forma.

Cada agresión, cada asesinato son ataques mortales a toda una sociedad que cobija un terrorismo machista que demasiado a menudo se desprecia.

Cuando estas mujeres asesinadas han buscado respuestas en el sistema judicial, han tenido que superar periplos y dificultades en su busca de las puertas de salida. Sería necesario que se entonasen los ‘mea culpa’ correspondientes, cargados de sinceridad e indignación, de rabia y rechazo contra una violencia que atenta contra toda la sociedad, y que sigue matando a mujeres que solo han querido ser libres.

Se necesitan respuestas, reflexiones y cambios para que sean los violentos quienes sientan la presión social e institucional con un rechazo frontal y directo a toda la cultura machista.

Cada feminicidio inflama la evidencia de que el terrorismo machista sigue ganándonos la partida, pero cada mujer superviviente se convierte en la prueba de que el machismo puede ser derrotado.