Análisis

La llegada de los otros

Los pactos y coaliciones se fueron cerrando con la misma naturalidad con que el lío se instalaba en el Partido Popular

ANTÓN LOSADA

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Ni hubo, ni podía darse, otro tamayazo. Esta vez ni todo el poder del dinero del ladrillo podría financiarlo. Esta vez no salía gratis. Solo un loco podía plantearse desertar. Esperanza Aguirre y Rita Barberá encarnan los ataques de pánico ante la evidencia del enorme poder perdido por el Partido Popular. Primero invocaron las prerrogativas del mejor clasificado. Después ofrecieron un cordón sanitario para parar a la izquierda radical. Luego señalaron como infiel al antiguo compañero de los juegos bipartitos. Ahora o patalean, o salen corriendo. Están tan convencidas de que el poder es suyo y que solamente pueden perderlo si alguien les hace trampas que no saben cómo comportarse cuando ganan los otros.

Dieciséis alcaldías de grandes ciudades ya no se tiñen de azul en el mapa. Y no es la peor noticia. El cambio llega de la manera más dolorosa para el miedo a la inestabilidad que tanto predica el presidente Mariano Rajoy. Los otros han entrado por la puerta empujados por la más amable de las normalidades democráticas. Impulsados por pactos y acuerdos públicos, que han sido negociados con ese estilo tan alejado de lo sectario, indigno o mezquino, ese estilo que personifica como nadie Manuela Carmena y sus magdalenas.

No hubo subasta de cargos ni peleas de gallos. Los pactos y coaliciones se fueron cerrando con la misma naturalidad con que el lío se instalaba en el Partido Popular. La llegada al poder de Ahora Madrid, Barcelona en Comú o las mareas gallegas anuncian una transformación de la agenda municipal para acercarla a las preocupaciones de la gente. Los desahucios, los servicios públicos, la pobreza, la participación o la auditoría de la pantagruélica e incomprensible deuda de consistorios como el de Madrid no figuraban en la agenda de los mercados. Ahora es cuando empieza lo difícil: la gestión de las expectativas.

Al final no era como advertía el Partido Popular durante la última campaña electoral. En definitiva, no se trataba de elegir entre «nosotros o el caos». Solamente se trataba de elegir entre los unos y los otros, sus políticas y sus caras, como en una democracia cualquiera.