NÓMADAS Y VIAJANTES

Las otras independencias

RAMÓN LOBO

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Este no es el mejor espacio para escribir a favor o en contra de una independencia, pero sí para tratar de aportar información sobre cuatro precedentes que pueden ofrecer enseñanzas al proceso que se vive en Catalunya: Quebec, Montenegro, Kosovo y Escocia.

Los independentistas de Quebec, la provincia francófona de Canadá, han celebrado y perdido dos referendos pactados con el Gobierno federal. El segundo, en 1995, por apenas 50.000 votos. En el anterior, en 1980, la diferencia superó los 19 puntos. El Gobierno aprovechó el resultado de las consultas para reformar la Constitución y limitar el autogobierno. Pese a estos reveses, el soberanismo quebequés sigue vivo.

Para protegerse de un eventual tercer referéndum, el Ejecutivo canadiense elevó una pregunta al Tribunal Supremo que, tras dos años de estudio, respondió en forma de sentencia en agosto de 1998. El Alto Tribunal logró un imposible: que ambas partes recibieran el fallo con satisfacción.

En esencia, el texto reconoce que «un voto mayoritario claro a una pregunta clara a favor de la secesión conferiría una legitimidad democrática a la iniciativa» y obligaría al Gobierno a negociar la secesión. La lectura unionista es que el fallo prohíbe la secesión unilateral y la independentista que reconoce su derecho a la separación tras un tercer referéndum.

La batalla de la pregunta clara es esencial; esta fue la de la segunda consulta: «¿Está usted de acuerdo en que Quebec debería convertirse en soberano después de haber hecho una oferta formal a Canadá para una nueva asociación económica y política en el ámbito de aplicación del proyecto de ley sobre el futuro de Quebec y del acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?».

Tras la sentencia del Supremo, el Parlamento aprobó la Ley de Claridad. Establece las condiciones en las que el Gobierno debería negociar la secesión de un territorio de Canadá que lo haya aprobado en referéndum. La experiencia ofrece una enseñanza para el caso catalán-español: es necesario un marco legal aceptado que permita la expresión democrática con legitimidad suficiente para ser reconocida por todos.

Otro caso interesante es Montenegro, que fuera parte de Yugoslavia antes de las guerras balcánicas de los años noventa. En mayo de 2006 celebró un referéndum para decidir su independencia de Serbia. La UE diseñó la consulta a través de Javier Solana, que era responsable de Exteriores. Se impusieron dos condiciones: que la participación fuera mayor del 50% y que el número de 'síes' superara la barrera del 55%, considerada una mayoría reforzada. En Canadá y Escocia bastaba el 50%.

La pregunta impuesta por Bruselas era nítida: «¿Desea que Montenegro sea un Estado independiente con completa legitimidad legal e internacional?». La participación alcanzó el 86,3% y el 'sí' venció por nueve décimas: 55,9%. Serbia aceptó el resultado y la UE reconoció al nuevo Estado.

El caso de Kosovo es diferente: se independizó unilateralmente de Serbia en febrero de 2008. Fue una DUI que contaba con el apoyo de EEUU, Francia, Alemania y los principales países de la UE, además de contar con la presencia de una fuerza militar extranjera que le daba protección.

Kosovo es una provincia clave en la mitología serbia. En ella tuvo lugar la batalla de Kosovo Polje en 1389 contra el imperio otomano. Tanta emoción histórica no empujó a Belgrado al cuidado de Kosovo, donde vivían 1,8 millones de albanokosovares frente 300.000 serbios. El maltrato llegó a su cénit en la guerra de 1998-1999, cuando las tropas de Slobodan Milosevic expulsaron de sus casas a la mitad de la población. El bombardeo de la OTAN en 1999 colocó Kosovo bajo su protección, y ahí sigue, pese a la independencia.

El maltratado y el torturador

Durante nueve años, la comunidad internacional no supo qué hacer con Kosovo, si impulsar la independencia o su permanencia en Serbia. Tras la caída de Milosevic y la llegada de un Gobierno democrático con Zoran Djindjic parecía que la autonomía era la solución adecuada, pero los ultras serbios asesinaron al primer ministro en 2003 y Serbia regresó al nacionalismo. Pedir al Kosovo maltratado que volviera junto al torturador era un sinsentido.

Escocia es un caso similar a Quebec. Ha pasado un año del referéndum pactado con Londres, cuyo resultado fue de 55,3 % a favor de seguir en el Reino Unido frente a un 44,7 % que optaba por la independencia. La herida sigue abierta; los nacionalistas no renuncian a una nueva consulta.

Dependerá de la recuperación económica, de la política de recortes impulsada por David Cameron, del cumplimiento de las promesas y del precio del petróleo, el motor de una Escocia independiente. Los cuatro ofrecen dos lecciones: las rupturas deben ser pactadas y democráticas; y si hay DUI es necesario tener un país importante a bordo.