La desigualdad de género
Las mujeres y el auditorio
A casi todas, en algún momento de nuestras vidas, nos han menospreciado y hecho dudar de nuestras capacidades
Hace diez años, cuando hacía diez que tenía diez, un hombre -a quien quería- me dijo tras recriminarle que había sido mal educado durante la sobremesa en una cena con amigos que mi cabreo era celos, que cuando él hablaba todo el mundo le escuchaba, mientras que al hablar yo nadie me tenía en cuenta porque no tenía nada que contar -excepto cuando hablaba de él-, y que si me había parecido que había meado fuera del tiesto -y lo había hecho, tocado por el vino y grandes dosis de vanidad- era por envidia, porque yo era una mujer mediocre y que como mucho -como si fuera poco- llegaría a ser una profesora mediocre de instituto -estudiante, como era, de filología, y sin las vocaciones puestas en orden todavía-.
Durante muchos años, pues, cuando alguien valoraba mi trabajo, pensaba que tarde o temprano se daría cuenta de la estafa. 'Síndrome de la impostora' se llama y está bien extendido. Algún día alguien sabrá que soy un fraude y me echarán; no estoy preparada, no sé lo suficiente, los estoy engañando bien. Mi caso no es un caso aislado, ni el del hombre tampoco: a casi todas, en algún momento de nuestras vidas, nos han menospreciado y hecho dudar de nuestras capacidades: y no siempre un hombre al que queríamos, dentro de una relación del todo tóxica.
Entrevistas de trabajo
Hay una estadística que dice que las mujeres solo nos presentamos a las entrevistas de trabajo si tenemos el 100% de los requisitos de la oferta. Los hombres, si tienen un 60% ya se atreven. Por no hablar de la opinión social, que en generaciones anteriores era explícitamente machista. ¿Cuántas veces nos hemos tenido que oír que si no encontramos mujeres para charlas, conferencias o debates es porque las que eligieron se negaron? Y no será ninguna mentira, no seré yo quien lo ponga en duda. Soy consciente, y no en todos los casos es un problema del entorno o de la falta de autoestima. Me parece, sin embargo, que no podemos negar que tras la duda de saber si seremos capaces hay toda una historia que se sustenta por la educación que hemos recibido todos, hombres y mujeres. Bellas y héroes, perfectas y valientes, princesas y príncipes.
¿Por qué cuento todo esto? Porque no voy a negar que es difícil encontrar mujeres. Cuando preguntas quién quiere asumir responsabilidades, a menudo no somos nosotras las que tomamos la iniciativa. La nueva sociedad que estamos intentando construir no se basará únicamente en la renuncia, por parte de los hombres, de sus privilegios por ser hombres. El gesto debe ir acompañado de un empoderamiento de las mujeres. Y como sociedad nos debemos el margen que necesitamos para hacernos creer a todas y cada una de las mujeres que si no somos capaces de desarrollar un trabajo no seremos exactamente igual que los hombres. Este 40% que nos diferencia a la hora de acercarnos a una oferta de trabajo es el tanto por ciento que le tenemos que dedicar más a las mujeres para que den un paso adelante: en nuestras manos está empoderar a las que se consideran 'impostoras'. Hasta que una mujer mediocre no llegue tan lejos como un hombre mediocre tendremos trabajo que hacer.
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