La lacra de la corrupción en España

Las lecciones de Mani Pulite

El histórico proceso italiano ayuda a plantear algunas cuestiones sobre nuestros últimos escándalos

SALVADOR
Martí Puig

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El día 17 de de febrero de 1992 el fiscal italiano Antonio Di Pietro citó a un político de adscripción socialista para declarar sobre un supuesto soborno relacionado con temas urbanísticos en Milán. Ese hecho, que parecía un caso puntual de corrupción, destapó una inmensa red de financiación ilegal de partidos y de malversación y apropiación de fondos públicos en el que estaban implicados partidos, grandes empresas y la mafia. Esta red terminó por llevar ante los tribunales a más de 5.000 sospechosos (entre políticos y empresarios), por disolver más de 40 ayuntamientos y, al final, por desfondar el sistema de partidos que había gobernado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A esta madeja de sobornos, cuyo volumen estimado se calculó en unos 3,2 billones de euros anuales desde 1980, se le llamó Tangentopoli.

Ante tamaño escándalo la gran mayoría de los ciudadanos italianos se indignaron y se movilizaron (en la calle y en las urnas) para finiquitar un régimen político en el que el partido de la democracia cristiana siempre había tenido (en solitario o en compañía) el poder. Así las cosas los italianos acusaron a los políticos de ladrones y votaron cualquier cosa que pareciera diferente a la partitocracia tradicional. En ese marco tomaron fuerza expresiones político-territoriales casi desconocidas hasta entonces (como la Liga Norte), los partidos hasta entonces marginados del poder (el filofascista Movimiento Social Italiano y el Partido Comunista Italiano) se reinventaron para fundar formaciones de centro-derecha y centro-izquierda, y un magnate pillo (que amasó fortuna gracias a sus contactos políticos y a las mismas redes clientelares de Tangentopoli) fundó de la nada un partido como si fuera una marca de espaguetis cuyo nombre es de todos conocido: Forza Italia.

Frente a estas circunstancias los políticos italianos actuaron de forma muy diferente: algunos sucumbieron a la depresión (y más de uno se suicidó), otros refundaron sus partidos, unos pocos huyeron del país para escapar de la justicia (como Bettino Craxi) y algunos pocos, como Giulio Andreotti (quien fuera ministro de Defensa, de Interior y de Exteriores y jefe de Gobierno en tres períodos), expuso que lo que estaba aconteciendo con el proceso de Mani Pulite era un gran acto de hipocresía, pues -según él- todo el mundo sabía que en Italia nada se hacía sin pagar jugosas comisiones. Sobre la posición y razonamiento de Andreotti véase la fenomenal película Il Divo, de Paolo Sorrentino.

Pero más allá de lo acontecido, la cuestión clave de la crisis italiana radica en ¿por qué la judicatura sacó a la luz y persiguió Tangentopoli entonces y no antes? ¿Cuáles fueron las razones por las que un grupo de jueces se empeñó en perseguir delitos que constituían la forma de trabajar de un sistema político que llevaba cuatro décadas funcionando sin que nadie rechistara? Las respuestas más sensatas son tres y no son excluyentes. Una de ellas señala que los jueces que lideraron el proceso de Mani Pulite pertenecían a una generación de jóvenes idealistas que no se había socializado en las triquiñuelas del régimen y por lo tanto las aborrecían y las combatieron. Otra de las respuestas expone que la caída del Muro de Berlín finiquitó la necesidad de contener al Partido Comunista Italiano (primer partido de la oposición) y ya no era necesario financiar una red clientelar que garantizara la victorias electorales de la democracia cristiana. Y la tercera es que con el Tratado de Maastricht en 1992 el pago continuado de sobornos de empresas a partidos de gobierno significaba una desventaja comparativa para la economía italiana en un mercado único.

¿Qué sentido tiene hablar de la Mani Pulite hoy en España? Bastante, pues nos exige elaborar muchas preguntas. ¿Por qué ahora (y no antes ni después) estallan en batería escándalos de corrupción que atañen a casi todas las fuerzas políticas y sindicales principales en España desde la transición? ¿Será que las tramas de sobornos, comisiones y dobles contabilidades (los tres porcientos tres porcientosde Catalunya y de Madrid y de donde aún no sabemos) eran la manera de trabajar de una Administración pública gestionada desde partidos con ribetes caciquiles? ¿La ventilación de acusaciones tendrá que ver con la deriva independentista de Jordi Pujol y Artur Mas y -con ella- la quiebra de pactos de silencio entre unas élites políticas que gestionaban sus parcelas de poder como un cortijo? ¿Será que con tanta acusación entre unos y otros se empezó a tirar de la manta? ¿O quizá es que la corrupción solo indigna a los españoles cuando hay crisis, mientras que antes miraban hacia otro lado? Yo aún no he podido formular ninguna respuesta sensata, así que si alguien puede darme alguna pista lo agradeceré.