Al contrataque

Lara y el cine

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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El primer libro de verdad, todo letra y sin dibujos, que leí en mi vida fue la historia de Helen Keller, aquella niña que a finales del siglo XIX vivía en la oscuridad y el silencio, llena de rabia. No lo he releído, pero recuerdo bien cómo esa niña asalvajada y furiosa era imposible de educar hasta que su padre buscó una institutriz dispuesta a encargarse de una cría de 7 años ciega, sorda y, por lo tanto, muda. Con enorme paciencia, sin rendirse a pesar de que no se dejaba enseñar, Anne Sullivan perseveró. Infatigable, le tomaba la manita y movía sus dedos sobre ella con el fin de enseñarle el lenguaje de signos, pero Helen no comprendía un juego que solo la irritaba. Al fin, una mañana, con las manos de la cría sumergidas en una fuente y los dedos de la maestra una y otra vez desgranando letras sobre la palma, la niña comprendió. A-G-U-A fue la palabra con la que Sullivan sacó a Helen Keller de su incomunicación. Qué emocionante lectura. Como la protagonista, pasando las páginas yo también descubría lo que más desea un niño: aprender, conocer, descifrar el mundo para salir de la oscuridad donde se está sola. Después de AGUA, Keller quiso aprender todas las palabras de manera urgente, porque es el lenguaje, la capacidad de nombrar las cosas, lo que nos da poder. Cada palabra es una idea, y cuantas más ideas, más posibilidades de sobrevivir encontrando soluciones a los conflictos de la vida.

El sábado pasado, en la gala de los Goya, me acordaba de esto cuando el equipo de La isla mínima subía a recoger sus galardones. Las películas que hacemos en España dependen en su mayor parte de las televisiones. Eligen los proyectos que se desarrollan, con cuánto dinero contarán y cómo se verán. También producen las series donde trabajan y adquieren su oficio actores, técnicos, guionistas y directores. En los agradecimientos, los premiados mencionaban a Atresmedia, empresa coproductora del filme, un gran grupo de comunicación al que pertenecen Antena 3 y La Sexta, pero no nombraban a su recién fallecido presidente, una persona que, si bien no solía asistir a galas ni festivales, influyó enormemente en el cine de las últimas décadas. Nadie como él demostró que la cultura también es un negocio, que el talento y la creatividad generan empleo y riqueza. Logró algo inusual para alguien de la cultura: ser respetado y escuchado por los políticos y grandes empresarios.

Vivir plenamente

Ya que nadie lo hizo la otra noche, quisiera recordar a José Manuel Lara por la enorme fe que tuvo siempre en el lenguaje, en todos los lenguajes, ya fuera el de los libros, la radio, la prensa o el audiovisual. Lara sabía que son imprescindibles para hacernos más fuertes y vivir, como aquella niña ciega, de verdad y plenamente.