Kanye no es un arcoíris

Kanye West ahora prefiere llamarse Ye.

Kanye West ahora prefiere llamarse Ye. / periodico

Ramón de España

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Hace unas noches, mientras veía el último episodio de la nueva temporada de 'American Horror Story', tuve una epifanía, mezcla de euforia y tristeza, cuando sonó la vieja canción de los Stones 'She's like a rainbow'. Quienes la conozcan sabrán que, además de ser una gran canción, 'She's like a rainbow' aporta un optimismo muy propio de la época en que fue compuesta, los años 60, que la realidad se ha encargado de arruinar a lo bestia. El uso de la canción en la siniestra distopía de Ryan Murphy y Brad Falchuk -recién casado con Gwyneth Paltrowla reina de las terapias absurdas- obedece a la ironía, pero 'She's like a rainbow' siempre me ha parecido el himno de un mundo mejor que nunca llegó, y cada vez que la escucho, la dicha y la melancolía me embargan como al buen fósil del siglo XX en el que me he convertido.

Hoy día, la banda sonora de la realidad ya no está en manos de Mick Jagger y Keith Richards, sino en las de alguien que resume a la perfección la época que nos ha tocado vivir: Kanye West, el rapero pretencioso que a partir de ahora ha decidido que se llamará Ye a secasYe . Con ese nombre tan sucinto aspira nuestro hombre a convertirse en el nuevo presidente de los Estados Unidos para mejorar, si tal cosa es posible, la obra admirable de su ídolo, Donald Trump. De momento, ya ha dicho que hay que acabar con la enmienda constitucional que abolió la esclavitud y ha salido por la tele disfrazado de botella de agua, dos argumentos muy sólidos para su elección, en la línea de los que encumbraron a Trump. Si Kanye ya tenía fama de no estar del todo en sus cabales, Ye recoge la antorcha e incrementa el fuego. No contento con diseñar unos trapos que convierten a Vivienne Westwood en Balenciaga, ahora nuestro hombre quiere ser presidente de los Estados Unidos. Hay que reconocer que ofrece una primera dama de relumbrón, Kim Kardashian, cuyo principal mérito es tener el culo más grande del mundo y mostrarlo urbi et orbi en su cuenta de Instagram y en cualquier revista que se lo pida: una ex-'stripper' eslovena no es competencia para ella.

Ye cuenta en su palmarés con una depresión nerviosa que le llevó al hospital en el 2016 y la costumbre de interrumpir sus conciertos para lanzar un errático discurso político muy adecuado para el manicomio en el que debería residir permanentemente. Ni es como un arcoíris ni falta que le hace.