Dos miradas

Juegan negras y pierden

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Hace muchos años, cuando todo estaba más claro, yo hacía teatro en un grupo, el Talleret de Salt, que entonces era de aficionados y que, con los años, se convirtió en una formación profesional de primer nivel. Sospecho que llegó a la excelencia a partir del momento en que la dejé. La primera obra que estrenó era Tot esperant l'Esquerrà, de Clifford Odets, un radical americano que hablaba de una huelga de taxistas. Yo tenía el gran papel de un chapucero mafioso y malcarado que solo decía una frase: «Callad, pandilla de piojosos». Mi despecho iba dirigido a los trabajadores que querían protestar por encima de los sindicatos de la época, gobernados por una pandilla de corruptos a quienes yo protegía. Seguro que me dieron el papel por mi cuerpo y no por las aptitudes dramáticas, pero yo estaba satisfecho porque, como decía no sé quién, siempre es mejor hacer de fascista en una obra de izquierdas que no de izquierdista en una de fascistas.

Hablo de aquel montaje porque los trabajadores esperaban un Izquierdista (con mayúsculas) que, como Godot, no llegaba nunca. Y hablo hoy porque es el recuerdo más poderoso que tengo de una huelga y porque temo que ahora ni siquiera esperamos a este salvador. La huelga general se parece a una jugada de ajedrez en la que solo se te permite un movimiento que el contrario ya ha valorado. Él sabe que jugarás así y ya le va bien. Tiene calculadas las estrategias para ganar la partida.