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La isla de Anderson

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Mi amor por Wes Anderson es incondicional, y después de ver 'Isla de perros', un expediente X en la era del descuido y de las prisas, sé que también será para siempre. Adoro cada una de sus películas, y me peleo amigablemente (o eso creo) con quien intenta convencerme de que “son bonitas pero están huecas”. Sin embargo, consciente de lo fácil que es atacar a un fan de Anderson (básicamente porque lo que a nosotros nos gusta es justo lo que sus detractores detestan), he aprendido a medir el entusiasmo. He aprendido a dosificar la emoción cuando escribo sobre sus películas. También a perderme horas y horas en ellas en busca de tesoros que justifiquen mi pasión, de pruebas valiosas que pueda presentar ante el que me diga que me ciega una superficie esplendorosa. Por suerte, como los personajes de 'Life Aquatic' (2004), siempre descubro tesoros en esas inmersiones.

Y, sobre todo, he hecho esfuerzos para no saturar de adjetivos mis textos (aunque crea que Anderson es de los pocos autores que podemos abordar desde ahí sin sentirnos culpables) y no quedarme en esa descripción entusiasta y emocional. Sin embargo, vi hace unos días 'Isla de perros', que se estrena el 20 de abril, y pensé: “Esta vez ni puedo ni quiero medir el entusiasmo”. No solo porque me parezca una maravilla como las otras, sino porque su existencia en el 2018 es casi un milagro. La nueva película de Wes Anderson desafía a los tiempos y nos desafía a nosotros. Desde que empecé con estas columnas, he escrito mucho sobre mi miedo a que los cambios –brutales y vertiginosos– en la forma de hacer y consumir cine arrasen con algunas voces, con algunas historias, con algunos espectadores. Me obsesiona que la urgencia y el desconcierto se lleven muchas cosas por delante.

La película de Wes Anderson, como su título indica, es una isla en medio de ese mar fascinante pero encrespado. Es una obra a contracorriente, donde el tiempo se despliega y se detiene. Una obra pensada y hecha sin prisas, realizada de manera artesanal (en gran medida) y llena de detalles y de secretos. Es una obra atípica e inmensa con la que el cine parece decirnos que no nos preocupemos tanto por él, que cada vez que lo necesite se parará a coger aire.