NÓMADAS Y VIAJANTES

Un humorista para Le Pen

RAMÓN LOBO

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Es posible que el humorista Dieudonné M'bala M'bala sea un cretino, un insensato en busca de fama y dinero o un provocador. También puede que se trate de un cómico que juega cerca de los límites, como es tradición entre los grandes del oficio, y más en Francia donde el célebre Coluche compitió en unas elecciones presidenciales. El problema de Dieudonné son sus chistes sobre el Holocausto, un asunto delicado que ha generado una enorme polémica.

El ministro de Interior, Manuel Valls, el mismo de la niña kosovar deportada, ha tratado de prohibir el espectáculo Le Mur, en gira por Francia tras estrenarse en París. Lo considera antisemita, xenófobo, racista, impropio. El cómico niega las acusaciones y reclama su derecho de expresión. ¿Hay una batalla política que trasciende a los chistes? ¿Cuáles son los límites del humor? ¿Quién sitúa la barrera? Aunque el humor no debería tener más límite en democracia que el Código Penal, hay circunstancias, personas, hechos, que lo condicionan.

No es lo mismo que un humorista judío se ría de los judíos a que lo haga un árabe. No es lo mismo que un cómico negro como Dieudonné (nació en París hace 47 años de padre camerunés y madre francesa) se mofe de la situación de los negros en Europa que lo haga un blanco de La Liga Norte italiana. No es lo mismo que un catalán sea hiriente con los catalanes a que lo sea un castellano de extrema derecha.

Dieudonné ha puesto de moda la quenelle (un plato entre albóndiga y croqueta). Se trata de un gesto en apariencia inocuo que los críticos consideran un saludo nazi recogido sobre el brazo. Sea un gesto hiriente o una sandez, se ha transformado en un saludo antisemita, en una forma de gamberrismo. Anelka, un futbolista francés de gran talento (desperdiciado) y escasas luces, lo utilizó para celebrar un gol en la liga inglesa. La polémica lo sacó del debate político francés para convertirlo en un fenómeno social. Según una encuesta que publica Le Monde, el cómico Dieudonné concentra sus apoyos entre los jóvenes desencantados y entre la extrema derecha.

El antisemitismo no es una broma; menos aún el Holocausto. El III Reich exterminó a 11 millones de personas en su programa de limpieza étnica, social y política en Europa durante la segunda guerra mundial. Murieron gitanos, comunistas, homosexuales, personas con defectos físicos, críticos y judíos, sobre todo judíos: seis millones. Es un asunto doloroso, una tragedia, que no tiene gracia. Como no la tiene el hambre o el maltrato a las mujeres. Tampoco tiene gracia la persecución histórica de los judíos, un pueblo confinado a guetos en muchas ciudades europeas, víctimas de todo tipo de violencia e injusticias. Y tiene menos gracia aún en Francia, un país con un pasado tenebroso, cómplice de ese crimen, de ese nazismo.

Me gusta Francia, la Ilustración, los logros de la revolución. Siempre he defendido que nos equivocamos en la llamada guerra de independencia de 1808: los buenos eran los franceses, no el absolutista Fernando VII.  Pero dentro de esa Francia de luces, republicana y laica, habita un monstruo como en España.

Antisemitismo latente

No es solo el régimen de Vichy, aliado de Hitler, que participó activamente en la persecución de los judíos en Francia aún sabiendo que les esperaba la muerte en los campos de exterminio. No es solo ese capítulo negro de la historia, es el caso Dreyfus, es el antisemitismo latente y constante en una sociedad que tampoco ha resuelto este capítulo de su memoria histórica. En este escenario aterriza el humor fou de Dieudonné, un tipo brillante y variado en sus primeros años de cómico y con numerosos y recientes coqueteos con el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen, ahora en manos de su hija Marine.

No sé si han hecho bien las autoridades en tratar de acallarle a cañonazos. Le han regalado una celebridad instantánea. Le han convertido en víctima en una sociedad harta de la crisis y de sus políticos. La quenelle va a irrumpir en la campaña de las elecciones al Parlamento Europeo, en mayo de este año, como bandera del Frente Nacional, un partido xenófobo que tiene muchas posibilidades de ganarlas.

Hace unos años se dieron pasos simbólicos que son un símbolo en sí mismos. Las placas que hay en París que recuerdan la masacre de los judíos incluyeron, ¡por fin!, un reconocimiento inequívoco de que su persecución fue obra de franceses. Es un buen comienzo. Ahora falta todo lo demás: no olvidar la verdad.