El cuerno del cruasán

Hitler y las malas influencias

JORDI PUNTÍ

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En Múnich, cerca de la universidad, hay un café llamado Schelling Salon. Abrió sus puertas en 1872 y es uno de los pocos edificios del barrio que no fue abatido por las bombas en la segunda guerra mundial. Sirven buena cerveza y comida bávara. El sábado al mediodía estuve allí y la atmósfera que se respiraba era algo mustia, con pocos clientes. Dos hombres jugaban al billar. Las ventanas filtraban una luz cenicienta. Olía a cebolla. Quizá es injusto, pero este aire decadente se acentuaba porque yo sabía algo: sabía queAdolf Hitlerfrecuentó el café en su época de estudiante, hace casi cien años.

La repulsión que siempre provocaHitleres muy fuerte y, por supuesto, bien merecida. A lo largo de la historia, nadie ha encarnado el Mal de una forma tan simbólica y a su vez tan concreta. Hubo otros genocidas con millones de muertos en su haber -JosifStalin, Mao Zedong, Pol Pot-, pero ninguno con la fama deAdolfHitlery el nazismo.

Esta maldad resurge a veces en una fascinación enfermiza, y por eso hay que estar siempre atentos a todo lo que huela a neonazi, pero a su vez se ha convertido en una especie de tabú. Digamos que es un terreno poco apto para la broma, aunque el humor siempre ha sido un aliado para combatir el Mal (recordemos aCharles Chaplin enEl gran dictador).

Un ejemplo reciente puede ser el directorLars von Trier, que alteró la paz de Cannes declarando que «entendía un poquito a Hitler». Sus palabras fueron torpes y muy desafortunadas, pero yo he visto la rueda de prensa y el contexto es importante. No estamos ante un caso como el deJohn Galliano.Lars von Trieres un tímido disfuncional, uno de esos tipos que quiere hacerse el gracioso y no sabe, y al final mete la pata hasta el fondo. Todos conocemos gente así. Él mismo ha reconocido que fue un idiota al hablar de esa forma, pero lo cierto es que en más de una ocasión dijo estar bromeando, como demuestran las risas de algunos periodistas, e incluso hizo ironía sobre sí mismo: «De acuerdo, soy un nazi, y los nazis solemos hacer las cosas a gran escala. Quizá me podríais persuadir de la solución final con los periodistas…», llegó a decir. ¿Alguien puede tomárselo en serio? El contexto, por favor. La ironía es un bien demasiado raro para ignorarla así, ante una polémica fácil. El problema deLars von Trier no es que sea un nazi, sino que vive en un mundo particular y está como una regadera. Por eso hace esas películas y por eso, precisamente, le invitan a Cannes.