MIRADOR

¡Hagan juego, señoras y señores!

CARLOS PASTOR

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Muchos de nuestros políticos han pasado en poco más de 30 años de considerar los juegos de azar como algo vergonzoso pero inevitable ¿con lo que había que convivir a cambio de unos ingresos tributarios nada desdeñables y alguna que otramordida¿ a convertirlo en un maná que nos va a ayudar a salir de la crisis sin que pesen consideraciones morales o éticas en contra. El espectáculo que han dado las administraciones (autonómicas y algunas locales) catalanas y madrileñas para quedarse con el proyecto Eurovegas del magnate norteamericanoSheldon Adelsonha sido lamentable. En pocos días sabremos el resultado de tanta genuflexión.

Cuando los casinos fueron legalizados en España -en febrero de 1977 por un Gobierno predemocrático- se estableció que las casas de juego se ubicarían a cierta distancia de las grandes capitales. En Catalunya se instalaron en Lloret, Sant Pere de Ribes y Peralada, todos propiedad de Inverama, deArturo Suqué. Se pretendía así que el trabajador que fuera a jugarse en la ruleta la mensualidad tuviera tiempo de pensárselo dos veces. La prevención duró poco: en 1999, el de Sant Pere se trasladó a Barcelona, y en el 2005 se abrió otro en la ciudad de Tarragona.

Una vez traspasadas las competencias de juego a la Generalitat, los sucesivos gobiernos catalanes, salvo contadas excepciones, abrieron la mano para favorecer los intereses de los propietarios de las máquinas tragaperras. El tripartito no fue ajeno a ello, y autorizó un cuarto casino, en Lloret: lo justificó porque así rompía el monopolio deSuqué. Eso sí, cada cesión se hacía acompañada de golpes de pecho y juramentos de que no se iba a fomentar la ludopatía, una enfermedad que según un estudio del hospital de Bellvitge del 2003 afecta a entre el 1% y el 2% de los habitantes de Barcelona. Y está escrito que a mayor oferta de juego, más cantidad de jugadores patológicos. Diputados hubo que se ausentaron del pleno para no votar cosas así. La propia lotería de la Generalitat publicita que sus beneficios van a fines sociales, y las Loterías del Estado prestarán dinero a las autonomías ahogadas por el déficit. De esta forma se utiliza el dinero del juego, al que contribuyen muchos pobres, para no subir impuestos a los ricos.

Y ahora pretenden, sin que nadie se sonroje, levantar toda una ciudad del juego a las puertas de Barcelona. Nada que ver con aquelconsellerde los primeros años de la Generalitat que viajó a Inglaterra en busca de socios para abrir un hipódromo en Catalunya y regresó aterrorizado por la pinta de mafiosos de sus interlocutores. O con aquel otro que se ausentaba de las reuniones de Govern en las que se aprobaba el presupuesto del Institut Català de la Vinya i del Vi porque estaba en contra del consumo de alcohol. Eran otros tiempos.