PEQUEÑO OBSERVATORIO

Hablar no significa atropellar

En muchos actos, ahora, la competición para poder hablar acaba en un considerable caos

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JOSEP MARIA ESPINÀS

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Estaba viendo una tertulia de la televisión y me encontré con un espectáculo muy frecuente: el desmadre de las intervenciones. Hasta que no pude resistir más. No porque se dijeran barbaridades, para mi gusto era gente capacitada en sus ámbitos. El problema era que los tertulianos competían por tener la palabra. Recuerdo que en una población del País Valencià se celebraban reuniones para discutir temas de interés local, al aire libre, y quien presidía el acto repartía los derechos a tener la voz con este aviso: "Calle usted, hable usted".

En el programa de televisión que estaba viendo quizá también había un moderador, pero quedaba sepultado por el alud de intervenciones espontáneas. En muchos actos, ahora, la competición para poder hablar acaba en un considerable caos. Alguien hace una pregunta, pero tres invitados del programa formulan las suyas al mismo tiempo. ¿Respuestas? A menudo, ninguna. Y a eso lo llaman tertulia. 

Los humanos tenemos una gran capacidad de excitación. Hay animales que también se excitan, pero siempre ante unos hechos físicos. Sobre todo, ante un peligro o la visión de alimento. Pero nosotros tenemos un excitante extraordinario: la capacidad personal de la opinión, aplicable a todo. 

Con tranquilidad y sin pisarse

Hemos inventado las tertulias. Yo tengo buenos recuerdos. De joven ya tuve una, con los amigos Folch y Ortega, y comentábamos los textos que escribíamos. Ahora mantengo la que denominamos la penya de l’August (nombre de quien la fundó). Ya quedamos pocos. Para mí es magnífico que tengamos varios oficios e ideas diversas. Pero, sobre todo, que hablemos con tranquilidad y sin pisarnos.

En la tertulia no se admiten las ametralladoras verbales. La pasión por opinar a menudo es muy productiva si no se practica el abuso. Alguna vez he intentado cortar el monopolio verbal con un inciso que debe ser muy breve. Pero el falangismo ya propuso aquello de "inasequible al desaliento".