El espectáculo que acompaña a los partidos
Fútbol sin fútbol
Me aburre este juego, pero me gusta fijarme en lo que no tiene que ver con el balón, como los cortes de pelo de los futbolistas
Me aburre el fútbol (puedo decirlo porque nunca van a nombrarme ministra de Cultura) y, a pesar de todo, lo miro. Mientras mi marido disfruta o sufre, según el caso, a mí me gusta fijarme en todo aquello que no tiene que ver con el juego. De hecho, el resultado me interesa tan poco que a menudo ni siquiera me entero. Una vez, la primera de las dos únicas que he ido al Camp Nou -y por extensión, a cualquier campo de fútbol-, me enteré de que el Barça había marcado aproximadamente 25 minutos después del tanto. Y, al contrario de lo que algunos pudieran pensar, estaba atenta. El problema era que había tanto que mirar, que lo de menos era dónde estaba la pelota.
Chinos y sosos en el palco del Camp Nou
Les cuento. Aquella primera vez fui invitada al palco. Tal vez piensan que fue un desperdicio, pero yo disfruté como una niña. Hacía frío -era febrero-, pero en el intermedio nos sirvieron una reconstituyente sopita, además de otras viandas deliciosas. Por allí había jugadores, directivos y mucha gente conocida, pero a mí me interesaron, sobre todo, dos cosas: que el palco estaba lleno de chinos y que el palco estaba lleno de sosos. Lo primero se debía a no sé qué negociaciones. Los lectores de estas páginas ya saben cuánto me gusta espiar conversaciones ajenas. Pues bien, aquel día me quedé con las ganas de saber qué decían todos aquellos señores reconcentrados, que miraban al césped y fruncían el ceño mientras conversaban en su idioma. Ojalá hubiera podido saber qué decían.
Lo de los sosos es más sencillo. Según el protocolo, en el palco hay que comportarse. Eso incluye, entre otras cosas, un código de vestimenta -chaqueta, con o sin corbata- y abstenerse de proferir alaridos y otras muestras de entusiasmo cuando marca tu equipo o cuando mete la pata el contrario. No ocurría lo mismo en el llamado Espai d’Animació, por cierto, donde había un ambiente increíble (con bombo incluido). Ganas me dieron de unirme a ellos.
Visto en televisión, hay otros alicientes. Por ejemplo, los cortes de pelo de algunos jugadores, qué obras de arte. Esas combinaciones de crestas, matas de pelo, trencitas, rapados con dibujo, islitas peludas y tatuajes. Si fuera como la mayoría de los mortales y me gustara el fútbol, me quejaría a la FIFA porque los estilismos me desconcentran. Aunque algunos lo pretenden, o no se llevarían a su famoso peluquero londinense al Mundial, como parece que hizo Paul Pogba (Francia). Yo daría premios a los peinados más vistosos. Oro, plata y bronce, como mínimo. Si mi opinión contara para algo, el podio podría quedar así: Ricardo Quaresma (Portugal), Neymar (Brasil) y Sergio Ramos (España). Y luego están los rapados. Son tantos que el blog de moda futbolera 'Cambio de camiseta' propuso hace unos días una alineación ideal con calvos de todas las selecciones.
No me pregunten nada de fútbol. No sé ni quién está eliminado. Sin embargo, estoy llegando al final del primer (y acaso el último) artículo sobre fútbol de mi vida. Para que luego nieguen que es todo un espectáculo.
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