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La fiebre del oro

Mikel Lejarza

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Son muchos los críticos y seguidores de televisión que definen los tiempos actuales como la auténtica edad de oro del medio. Los datos, tanto en calidad como en cantidad, parecen darles la razón, pero hay grietas en el edificio que deberían ser consideradas. A lo largo de este año, en el país líder de la producción audiovisual se van a emitir más de 400 programas originales, que pretenden mantenerse como uno de los entretenimientos preferidos de los espectadores o aspiran a ser los nuevos Juego de tronos o True detective. Pero de las 352 series emitidas, 199 (siete veces más que al comienzo de siglo) han sido creadas por las cadenas de cable, y unas 24 son de las plataformas de streaming como Netflix o Amazon Prime. Es un fenómeno, por tanto, más de la tele de pago que de la que emite en abierto. Además, es tal el número de productos de calidad contrastada al alcance de los usuarios que los espectadores saben que ver todo lo que se emite es imposible y las audiencias se fragmentan hasta extremos nunca vistos. Con tal alto número de programas buscando pocos espectadores, la mayor parte de las series pierden dinero. Conclusión, en el 2000, un 10% de ellas fueron canceladas; la última temporada más del 50% no han sido renovadas. Hoy en día, una serie de EEUU creada para un mercado con más de 318 millones de personas, para ser rentable necesita superar al menos los tres millones de televidentes dentro del grupo de edad considerado como comercial (de 18 a 49 años) y de todos los nuevos lanzamientos solo seis han logrado ese número de espectadores en la primera semana tras su estreno. Además , con la cada vez mayor costumbre de lo que se conoce como el binge-watching, el consumo de varios episodios de series de manera continuada, los anunciantes se retraen y dejan a las cadenas con menos recursos para poder invertir en buenas producciones. Todo ello muestra un mercado saturado, repleto de producciones que persiguen captar a un público incapaz de consumir tanta oferta y con ciertos comportamientos arcaicos. Los jóvenes se han acostumbrado a ver lo que desean, cuando y como quieren, mientras la tele tradicional sigue suministrándoles un capítulo por semana de sus series favoritas, algo que comienza a ser como publicar un libro en fascículos. Los operadores de internet han terminado ya con ese comportamiento y ponen a disposición de sus abonados en un mismo día todos los capítulos de una serie. El consumo global de los medios sigue creciendo, pero la televisión que representó el 42,4% del uso de medios global en el 2010, el año pasado logró tan solo llegar al 37,9%. Este número no tiene en cuenta el consumo audiovisual por internet, donde parece estar tanto parte del problema como de la solución, ya que todo parece indicar que el video es ahora mismo la clave esencial de su ascenso y puesto que nadie fabrica tanto video como la televisión, hay argumentos para el optimismo respecto al futuro de ésta mientras sus creaciones mantengan el interés. Pero ahora mismo esta saturación de la oferta, más que plasmar una auténtica Edad de oro es solo un ejemplo más de la fiebre por dicho metal.