SEMANA DE LAS MUJERES
Feminismo para 'cowboys'
Ser feminista no es para calzonazos, como creen tantos, es única y exclusivamente para hombres muy valientes
Ángeles González-Sinde
Escritora y guionista.
ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE
Esta semana de las mujeres quizá nos hayamos visto envueltas en más de una discusión. Tal vez alguien nos haya dicho: “no entiendo de qué os quejáis. Las mujeres no estáis discriminadas, hay mujeres en todas partes”. Otro puede haber añadido: “las que más critican a las mujeres son otras mujeres”. O también, “nosotros ganamos más y lideramos más proyectos porque nos comprometemos más con el trabajo y pagamos el precio”.
Son solo algunos de los comentarios masculinos con los que me he topado estos días. Entonces puede ocurrir que me suba por la garganta un calor que nace del estómago y que, si no lo freno, se apodera de mi cerebro y me hace contestar o bien con algún exabrupto o bien con un argumento mal pensado y peor expresado. También puede darse la circunstancia de que mantenga la calma, matice la percepción del polemista y exprese mi disensión con claridad, datos y buenas razones.
El placer de convencer y tener razón
No estoy muy segura de que el efecto en mi interlocutor sea muy distinto. Quiero decir que, conteste bien o conteste poseída por los demonios de la ira, a la postre intuyo que ese tipo de diálogos no van a ningún lado pues, según han averiguado los neurólogos, cambiar nuestras ideas es tarea larga y compleja. Ante una opinión diametralmente opuesta, dicen, de poco sirve discutir. Sin embargo, a pesar de ello, en familia, en el trabajo, con los amigos, a menudo nos enganchamos en tremendas broncas por el puro placer de convencer y tener razón a sabiendas de que no llevará a nada o, más triste aún, nos llevará a distanciarnos de esa persona. Pero, ¿por qué nos gusta tener razón? ¿Por qué somos capaces de desgañitarnos por llevarla? Y peor aún, ¿por qué nos avergüenza y nos cuesta tanto rectificar y reconocer que en tal o cual asunto estábamos equivocados?
En la tele la gente se grita sobre controversias políticas, sociales o sentimentales. No digamos ya en la red. No se apean de la burra. Cada uno defiende su posición férreamente. ¿Y modifica alguno al otro? No. Solo busca eliminarlo por KO. Da la impresión de que querer tener razón es una compulsión y tiene mucho que ver con el miedo: el miedo a que los demás descubran que no sé, que dudo. Miedo a que me perciban vulnerable y eso ponga en riesgo mi seguridad. En algún libro de autoayuda 'seudobudista', leí que empeñarse en tener razón en cosas pequeñas es síntoma de pánico a la muerte. Nos sentimos amenazados y nos aferramos a cuatro o cinco verdades. Puede ser. Provengo de una estirpe de grandes discutidoras por bobadas y percibo que no discutimos de lo que discutimos, sino de otra cosa que subyace en lo profundo y que no sabemos lo que es, pero cuya fuerza colosal nos mueve.
El hombre siente pavor a la incertidumbre y la duda. Van contra el arquetipo de masculinidad y lo que la sociedad espera de ellos
El apego a nuestras ideas y nuestras creencias no es tan racional como nos gusta creer. Se basa en la creencia de que el conocimiento, lo que sabemos, nos define, que es tan imprescindible y tan parte de nosotros como la mano o la oreja. No deseamos naufragar en el mar de la incertidumbre y por eso nos apegamos como a un salvavidas a nuestra experiencia y nuestro modo de comprender el mundo. Nos hace sentir seguros pensar que sabemos. Asociamos las dudas con inseguridad, precariedad, riesgo.
Un traje que aprisiona
Pero si esos interlocutores que niegan el feminismo o sus estrategias modificaran un poco su opinión tras escucharnos ¿les pasaría algo malo? ¿Perderían el empleo, su casa, su familia? No, sencillamente variarían de perspectiva, quizá descubrirían nuevas lecturas o nuevas formas de relacionarse con otros o nuevas maneras de comportarse. Se abrirían a otras posibilidades. Pero ellos no lo viven de esa forma, sino como una amenaza terrible a sus certezas y se defienden. Modificar nuestras ideas exige perder un poco el control lo que nos hace sentir indefensos frente a lo inesperado. Y no nos gusta. No queremos que el mundo se tambalee. ¿Qué sería de nosotros si la realidad cambiara de un modo impredecible? Mejor quedarnos como estamos, no revisar las creencias que ya no me sirven y reforzarnos en lo sabido. Por eso reconforta sentir que “tenemos razón” y por eso peleamos por no apearnos del burro.
Aunque cometer errores socialmente está muy penalizado para todos (los errores, las torpezas son la materia prima de la comedia), culturalmente es peor para los hombres que para las mujeres. Por educación el hombre siente pavor a la incertidumbre y la duda. Van contra el arquetipo de su masculinidad y lo que la sociedad espera de ellos: fuerza, éxito, autoridad. Pero ese modelo masculino también es un traje que aprisiona y, sobre todo impide el progreso. ¿Es práctica una armadura en tiempos líquidos donde todo es fugaz, flexible y nada es permanente? Por eso ser feminista no es para hombres calzonazos, como creen tantos. Es única y exclusivamente para hombres muy valientes: 'cowboys', superhéroes, cosmonautas dispuestos a dar el salto a otra galaxia sin saber exactamente cómo será ese viaje.
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