EL AMFITEATRO

Eurídice, entre vida y muerte

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Rosa Massagué

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 Pocas veces el mito de Orfeo y Eurídice, del enamorado que con su música es capaz de bajar a los infiernos y rescatar a su amada solo para volver a perderla, habrá parecido tan actual y tan real como en la producción de la ópera de Christoph Willibald Gluck que presenta el Teatro de la Monnaie de Bruselas en la versión francesa de Hector Berlioz, dirigida escénicamente por Romeo Castellucci.

Una gran pantalla ocupa todo el escenario. Delante y en medio una silla. A un lado, una columna de música. Un técnico coloca un micrófono a poca distancia de la silla. La exigüidad del decorado es inversamente proporcional al torrente emocional que despierta la representación.

Un texto en la pantalla explica que la ópera va a ser retrasmitida a la habitación 416 del servicio de neurología del hospital Inkendaal, de Vlezenbeek, a pocos kilómetros de Bruselas. En esta habitación está Els, una mujer de 28 años, madre de dos hijos. Su vida ha sido de lo más normal hasta que se truncó el 18 de enero del 2013 cuando sufrió un ataque que la dejó tendida en el suelo de la cocina. Desde entonces Els permanece en aquella habitación hospitalaria en un estado de pseudo coma conocido médicamente como síndrome de 'Locked-in'.

Hasta el momento, no hay un tratamiento para este síndrome. El cuerpo de la mujer está paralizado por completo, pero mantiene despiertas sus capacidades sensoriales. Solo puede comunicarse con los ojos. Els es la Eurídice de nuestros días. Su infierno es mucho peor que el de la figura del mito porque en su conciencia sabe que no ha cruzado el umbral del Averno. 

Con este planteamiento, 'Orphée et Eurydice' se convierte en una obra tan próxima que no parece haber sido escrita hace 250 años. La música de Gluck revisada por el romántico Berlioz se presenta como el instrumento ideal para explicar una historia tan antigua y contemporánea al mismo tiempo, y por tanto, universal. 

La silla y el micrófono son los únicos elementos en los que se apoya la mesosoprano Stéphanie d'Oustrac en el papel de Orphée. Vestida de negro, apenas se mueve. Lo importante es la música, su voz, lo que dice y lo que aparece en la pantalla. Primero, la historia de Els en palabras.

Después un video borroso, en blanco y negro, grabado desde un coche que se dirige hacia el hospital por unas carreteras que parecen irreales, la llegada al centro sanitario, los pasillos fantasmagóricos gracias a las imágenes veladas, el umbral inquietante de la puerta de la habitación. Y allí, Els, en la cama, una mano fuera del embozo y unos auriculares para escuchar su historia, la que Gluck compuso hace más de dos siglos.

Mientras D'Oustrac canta la célebre 'J'ai perdu mon Eurydice', la escena se oscurece. Después la cámara se va acercando al rostro de Els. Los ojos viven, los párpados indican un leve movimiento. Acaba la ópera, alguien le quita los auriculares, pero ahí sigue la enferma en un mundo de sombras, en un limbo entre vida y muerte. Hay un largo silencio. Resulta muy difícil aplaudir porque Els se ha convertido por derecho propio en la protagonista de la ópera.

Castellucci, escribe en el programa de mano: "El decorado de esta ópera ofrece un cuadro difícil de aceptar, pero todavía más difícil de ignorar. Aquí mirar es algo que resulta infinitamente problemático". Y al final, queda el interrogante de si Orphée y su música ha sido capaz de rescatar a Eurydice/Els.

Superada la emoción del público, llega el reconocimiento para los intérpretes. D'Oustrac en el papel que aguanta prácticamente toda la ópera fue el día del estreno (17 de junio) un Orfeo conmovedor y conmovido al mismo tiempo. La soprano Sabine Devieilhe interpretó el papel de Eurydice y una niña el de Amour. Hervé Niquet dirigía la orquesta y el coro de La Monnaie.

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