En sede vacante

Estoy sobrevolando Córcega, 'cari'

Josep Maria Fonalleras

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Me han contado que en Alemania hay vagones en los que está prohibido el uso del móvil. No los he visto, pero lo creo, porque me lo dicen amigos especialistas en el mundo ferroviario y porque es una buena idea que no estaría nada mal que también se aplicara aquí. De la misma forma que existen espacios libres de humo u hoteles que se promocionan mediante la prohibición de niños, sería un acierto proponer el placer de viajar sin necesidad de conocer las intimidades de la persona que ocupa el asiento de al lado o del otro extremo del vagón. Porque una de las características de la gente que habla en un tren por teléfono es que chilla. Chillan mucho. Chillan para anunciar que están a punto de llegar o para comunicar que el tren circula con retraso. Chillan para decirse que se aman y para confesar infidelidades. Chillan y nos hacen partícipes de una intimidad que no nos importa y que acaba aturdiéndonos.

En lugar de evitarnos esos malos tragos, ahora resulta que se amplía el campo de acción de los móviles. Se podrá llamar desde los aviones. Pagando, por supuesto. Todos aquellos temores que nos advertían del peligro de utilizar aparatos de este tipo en un vuelo se van al garete. Yo he visto pasajeros muy nerviosos porque un compañero de viaje tardaba en apagar su móvil o jugaba con él distraídamente. Pensarían que estaba poniendo en marcha un dispositivo terrorista. Ahora sabemos que no pasa nada, y que solo se trata de un asunto de tasas. Si pagas, puedes hablar por teléfono desde el cielo. Es una noticia espantosa, porque, en un avión, al menos podías vivir una pausa de horas sin vodeviles radiados. ¡Oh, no!, ahora escucharemos conversaciones como esta: «Uy, sí, cari, ahora mismo estoy sobrevolando Córcega. No sabes lo bonita que es Córcega desde aquí arriba».