El cuerno del cruasán

Episodios de la guerra de los balcones

JORDI Puntí

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Tan lejos que parecía hace unos meses y, sin darnos cuenta, ya hemos dejado atrás el Onze de Setembre. Puede que gracias a eso que llaman madurez democrática, o porque este año caía en sábado, da la impresión de que la Diada se ha contagiado de esa abulia que transmiten las fiestas repetidas y los actos oficiales. Incluso los que quieren reivindicar algo y abuchean a los políticos en el monumento a Casanova lo hacen sin mucha energía, como si también ellos siguieran un guión establecido y hubieran llegado a la función número cien. En esta Diada, además, hubo algunos catalanes que ni siquiera tuvieron que hacer el gesto de colgar la bandera en el balcón. «¿Dónde tenemos la senyera?», gritaban el sábado por la mañana. «En el cajón de siempre», respondía alguien desde el otro extremo del piso. «No, en el cajón de siempre no está…». Extrañeza. Sensación de boicot. Ya ni se acordaban de que la habían colgado en el balcón para la manifestación del Estatut y allí se había quedado todo el verano.

Ahora habrá que ver si la aparición de más banderas catalanas provoca una nueva batalla en la guerra de los balcones. Yo no sé si es mala fe, devoción o simple dejadez, pero también hay algunos vecinos que, desde la victoria en el Mundial de fútbol, no han dejado de exhibir la bandera española. Qué más les da que la solana de agosto las haya convertido en un harapo descolorido. Qué les importa que la selección española de baloncesto haya hecho el ridículo en el Mundial de Turquía.

Hay que decir que senyeres y rojigualdas no son los únicos emblemas que siguen a la vista. En los últimos días, paseando por Barcelona, he avistado ejemplares de bandera argentina, brasileña y australiana, además de los carteles de piso en alquiler y todas las pancartas que reclaman «un barrio digno», «queremos dormir» o que el AVE no pase por la Sagrada Família. De hecho, el fenómeno deja entrever que de un tiempo a esta parte los balcones tienen otra misión. Antes la gente se asomaba al balcón para observar y dejarse ver. Ponían unos geranios de adorno y regarlos era una buena excusa para hacer el cotilla. Ahora los balcones se están convirtiendo en un Facebook urbano, un foro donde todo el mundo expresa sus manías y aficiones. Entretanto, los únicos que salen al balcón y se percatan de ello son los fumadores. A sus pies, la ciudad es un cenicero gigante. No me extrañaría que todo fuera un negocio de la Tabacalera.