La rueda

Enriquecedora movilidad

NAJAT EL HACHMI

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Antes de la crisis ya había jóvenes que emigraban. Esta generación, la mejor preparada académicamente, no encontraba la manera de tener un presente digno independiente ni un futuro que permitiera planificar una vida. Entonces ya eran emigrantes, pero como todo iba bien no se dejaban aflorar muy a menudo los discursos sobre los colectivos que lo pasaban mal. Antes de la crisis también había hambre, pero era cosa de pobres e inmigrantes. También había gente sin casa y personas que proponían aprovechar las vacías, pero no eran más que roñosos okupas rastafas. De hecho, muchos fenómenos que ahora han crecido exponencialmente los sufría en la intimidad una parte de la población. No se sabe cuánta, porque a menudo las tarjetas de crédito y el consumo del trabajo futuro apaciguaban la precariedad de muchas situaciones.

Decía que entonces ya se iban jóvenes al extranjero, y vivían los desconciertos y las contradicciones que supone el proceso migratorio. Lo sé porque durante aquellos años en los que la inmigración estaba tan criminalizada los emigrantes eran de los pocos que podían entender qué quería decir ser extranjero. El resto de la población, amnésica, no se sentía en absoluto identificada con la etiqueta de inmigrante. Como si emigrar fuera un delito o una condición marginal, cuando de hecho emigrar requiere una serie de cualidades admirables. Hay que ser intrépido, valiente, pionero, hay que mirar más adelante que atrás, resistir la añoranza y el dolor de la ausencia, se debe ser capaz de sobreponerse a las carencias. Los emigrantes deben tener una alta capacidad de adaptación, ser perseverantes, tolerar la frustración de ser los últimos en llegar y mantener siempre la esperanza. Arias Cañete dice que es enriquecedor irse a otro país. Claro, por eso mismo flotan cuerpos en el Mediterráneo, porque los africanos quieren vivir esta experiencia enriquecedora.