El turno

Digo lo que dicen que dijo

JORDI MERCADER

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Nosotros, taquígrafos glorificados, señores de la rutina, obreros del informe diario de la estupidez y la brillantez de la especie, somos los protagonistas de Los imperfeccionistas, de Tom Rachman. Una severa lección de humildad. Dado que este periodista convertido en novelista (el majestuoso horizonte de muchos colegas) está preparando otra obra, temo que vaya a dedicarla a la admiración que nuestra especial manera de hacer las cosas despierta en muchos profesionales de la justicia. Nosotros, los imperfeccionistas, tenemos cierto encanto, para qué negarlo.

La justicia y sus mecanismos procesales fueron pensados como fórmulas de garantía, hace siglos. Hoy, jueces, fiscales y abogados han descubierto el minuto de gloria que proporciona la manera de proceder de un determinado periodismo de éxito, así como las posibilidades de maniobra que les ofrece. La serie de televisión Justicia emite cada semana una clase práctica de cómo los actores del sistema judicial intentan utilizar los medios de comunicación para sus intereses y los de sus clientes. Con tanto encanto y clase gratuitas, el secreto de sumario o la reserva del trámite de instrucción han quedado en nada. La paciencia que suele requerir conocer la verdad se ha transmutado en dedicación por ganar el juicio mediático.

Los periodistas somos gente que siempre tiene prisa para contar antes que la competencia una cosa que la mayoría de las veces no ha podido conocer de primera mano, lamentablemente. Y otros pretenden aprovecharse de estas urgencias. No solo abogados, claro. Ni siempre lo consiguen, por descontado. Pero, por si acaso, entre todos hemos dado con una fórmula impecable para nuestras respectivas deontologías profesionales: yo solo digo lo que algunos dicen que otro dijo. El imperfeccionista Lloyd, retrato magistral de un corresponsal en París venido a menos, le propone a su contacto: «Vamos a jugar a las adivinanzas». Una maravillosa fuente sin identificar está a punto de nacer.