Dignidad por encima de las banderas

La masiva protesta contra la represión del 1-O interpela también al independentismo, que solo ampliará su base si renuncia a la unilateralidad

Concentración en la plaza Universitat de Barcelona en contra de las cargas policiales del 1-O.

Concentración en la plaza Universitat de Barcelona en contra de las cargas policiales del 1-O. / periodico

ENRIC HERNÀNDEZ

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La Catalunya verdadera, diversa y ajena al monolitismo que algunos pretenden, ha respondido con una sola voz a lo que ha interpretado como un intento de humillarla. El notable seguimiento de una huelga general no secundada por los sindicatos mayoritarios y las impresionantes movilizaciones registradas en toda Catalunya, mucho más plurales y multitudinarias que cualquier Diada histórica, desbordaron todas las previsiones y lanzaron un mensaje nítido al resto de España y al mundo entero: la dignidad del pueblo catalán está por encima de banderas, de identidades y del derecho a decidir (o no).

La condena de la represión policial registrada el 1-O no es patrimonio del independentismo; es, más bien, uno de los pocos puntos de consenso que aún conserva una sociedad  profundamente polarizada por el proceso soberanista. Si el domingo por la mañana las fuerzas de seguridad demostraron hasta dónde está dispuesto a llegar el Estado para frenar un referéndum que a aquella hora ya no merecía tal nombre, la respuesta catalana no ha sido menos rotunda. Con el añadido de que la protesta acogió de buen grado a numerosos catalanes que exhibían banderas españolas, imagen del todo inverosímil en cualquiera de las grandes marchas independentistas del último lustro.

Pero esta tranversal jornada reivindicativa interpela también a la prefectura del movimiento  independentista. Primero, porque eclipsa su acreditado poder de movilización. Y segundo, porque evidencia que su perímetro de influencia se ensancha cuando iza enseñas compartidas, como la de resolver el encaje de Catalunya en España mediante un referéndum legal y acordado, pero se estrecha dramáticamente cuando se precipita al abismo de la unilateralidad y la ruptura.

El puente de mando soberanista, un parternariado entre representantes electos y líderes de entidades privadas, afronta esta semana el mismo dilema que tantas otras veces: echar el freno a fin de amplíar sus apoyos sociales o pisar el acelerador para conquistar, merced al choque con el Estado, la legitimidad que las urnas no le han concedido en suficiente medida. Según su hoja de ruta, la votación del domingo debía otorgarle el mandato democrático para proclamar la República catalana, pero todos son conscientes de que, a causa de la oposición del Estado, el referéndum no cumplió los estándares democráticos del mundo occidental, tal como han certificado los observadores internacionales.

DUI automática o en diferido

Ante la disparidad de criterios entre partidos y entidades, el 'president' Carles Puigdemont solo contempla dos alternativas: que el Parlament apruebe en breve la entrada en vigor de la suspendida ley de transitoriedad, equivalente a una declaración unilateral de independencia (DUI), o que condicione su vigencia a que sea refrendada por los catalanes en unas elecciones a celebrar este mismo año. La segunda opción permitiría serenar los ánimos, muy caldeados, y ganar tiempo. Pero no es seguro que pospusiese la contundente respuesta del Estado, que ayer el rey Felipe VI vino a bendecir.