El epílogo

La digestión de Mascarell

ENRIC Hernàndez

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En plenos festines navideños, a más de un socialista se le han atragantado las neules al conocer el fichaje del socialista Ferran Mascarell por el Govern de Artur Mas. Y eso que desde hace meses aparecía en todas las quinielas, por su distanciamiento doctrinal respecto al PSC y por su paulatina aproximación a la casa gran de CiU. Con un indiscutible predicamento en el mundo de la cultura y un horizonte profesional cuando menos incierto, Masca-

rell se había convertido en un político en busca de destino. Por así decirlo, era un rabadà dispuesto a viajar hasta Belén si hallaba buena compañía. Y, al final, así ha sido.

Todavía noqueados por la magnitud de la debacle del 28-N, sus antiguos compañeros de partido --aún más, si cabe, los representantes del disperso sector catalanista, en el que estaba enrolado-- han acogido la marcha de Mascarell tras la estela de Mas como una doble traición: del nuevo president, porque tentó al exconseller solo 24 horas después de haber sido investido gracias a la abstención del PSC, y del interesado, porque no hace tanto se postulaba como sucesor de Jordi Hereu e incluso aceptaba, en plena campaña, la oferta de José Montilla de regresar a la cartera de Cultura si tras las elecciones le salían las cuentas. A Montilla no le salieron; a Mascarell, sí.

No faltan razones a los socialistas para sentirse indignados, pero mientras digieren la noticia también deberían reflexionar acerca de los errores cometidos con Mascarell. Efímero conseller de Cultura en la etapa final de Pasqual Maragall, siempre alabado por su trayectoria a ambos lados de la plaza de Sant Jaume, fue sin embargo postergado por el equipo de Montilla. Cuando el PSC se duele del escaso apoyo que la intelectualidad ha prestado al tripartito, quizá halle la respuesta en el trato dispensado a Mascarell y a tantos otros.

La difícil conciliación

Al flamante titular de Cultura también le espera una digestión pesada. En su día látigo de convergentes, Mascarell afronta ahora un reto casi titánico: conciliar la política cultural en que cree --eje del programa del PSC-- con los intereses de CiU y de sus patums, nostálgicas del pujolismo.