Análisis

Cuatro imágenes y una intuición

La CUP acabará prestando un par de votos para investir a Mas, pero necesita construir un relato que le permita justificarlo

JOAQUIM COLL

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Las manifestaciones por las querellas del 9-N dejan cuatro imágenes. La más lamentable es la obscena instrumentalización del 75 aniversario del asesinato de Lluís Companys. Afirmar que «ahora también se utiliza la justicia para acabar con un presidente y la voluntad de un pueblo», en palabras de la consellera de Governació, Meritxell Borràs, es un insulto a la memoria de todos los represaliados por el franquismo. España es desde 1978 un Estado democrático y de derecho, donde nadie va a la cárcel por sus ideas políticas. El ordenamiento jurídico se puede criticar y cambiar, pero hay que respetar las reglas. La segunda es el desfile callejero de todo el Govern, acompañado de 400 alcaldes exhibiendo sus varas, convertido en un inquietante espectáculo político.

La tercera son los insultos de «botifler» que los congregados el martes frente al TSJC profirieron contra el exconseller Antoni Espadaler por no ser separatista. El rostro festivo, pacífico y familiar del proceso soberanista esconde que hay violencia simbólica, demonización del discrepante y fractura social. Y, finalmente, el gesto del líder de la CUP, Antonio Baños, ante los gritos de unidad y la exigencia de investir a Mas como president, de dirigirse a los manifestantes para asegurarles que «tot sortirà bé». Solo les pidió «un mes y medio o dos» de tranquilidad. En mutua correspondencia con el amor que algunos le profesaban a voz en grito («Us estimem»), garantizó que las negociaciones con Junts pel Sí saldrían bien porque «todos somos independentistas y queremos la república».

Esta anécdota confirma una intuición. La CUP acabará prestando un par de votos para investir a Mas.No se alcanzará un acuerdo rápido. Primero tienen que pactar los famosos «qué, cómo y cuándo» de la ruptura con España, y solo al final quién presidirá la Generalitat. De lo que se deduce que, si acuerdan todo lo primero, los cuperos no mantendrán su veto al líder convergente. Solo que ahora no pueden ni tan siquiera dejarlo entrever. Pero al final cederán ante la acusación de poner en riesgo el proceso. Tampoco es que vayan a plantear nada que JxS no pueda estar dispuesta a aceptar, como ya se vio en el tono de la conferencia cupera del jueves pasado. «Estamos de acuerdo en todo», dijo significativamente Raül Romeva a la salida.

Ahora mismo la CUP necesita construir un relato que le permita justificar la investidura de Mas. Y el numerito de ayer ayuda, sin duda. Pero será a cambio de tres cosas: un plan de choque contra la emergencia social, una hoja de ruta de desobediencia frente al Tribunal Constitucional y, sobre todo, un proceso constituyente desde la calle y las instituciones con el fin de atraer por la izquierda a una parte de Catalunya Sí que es Pot. Es una estrategia pensada para después de las generales, tras el fracaso previsible de Podemos. En España habrá cambios constitucionales de la mano del PSOE y C's, pero jamás se autorizará un referéndum de secesión. Por eso, toda la estrategia de la CUP irá orientada a lograr que Ada Colau y los suyos se hagan finalmente separatistas.