El epílogo

Crisis o decadencia

ALBERT Sáez

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La duración, la intensidad y la profundidad de la debacle económica que viven Europa y Estados Unidos obliga a reflexionar sobre el concepto que mejor puede definir la situación. La palabra crisis se queda corta a todas luces, mientras que hablar de decadencia nos provoca pánico. Pero la realidad es tozuda. Este largo puente del Pilar asistiremos a la paradoja de comprobar cómo millones de ciudadanos de este país disfrutan de una serie de prebendas que hace solo dos generaciones estaban reservadas a la minoría más privilegiada. Quienes tienen trabajo no tienen la necesidad de dejar de consumir a pesar de la avalancha de incertidumbres que les acecha: no saben a qué edad se jubilarán, no saben cuántos años de cotización servirán para computarles la pensión, no saben si antes de jubilarse deberán copagar la sanidad pública, dudan de la viabilidad de su empresa si la compran los chinos, no tienen la seguridad de que sus hijos encuentren trabajo a pesar de estar mejor preparados que ellos...

Y aun así ayer salieron de estampida hacia la segunda residencia, hacia el hotelito de la montaña, hacia la casa rural o hacia algún destino europeolow cost. Para quienes tienen trabajo en las condiciones del siglo XX, vivimos una crisis larga y compleja, pero no se interpretan las incertidumbres como indicios de una cierta decadencia.

El paradigma del siglo XXI

En cambio, a quienes la edad les ha obligado a hacer de la incertidumbre su modo de vida perciben con nitidez el aire decadente de la civilización occidental. Unos porque nunca han gozado de los privilegios que oyeron predicar en su infancia y juventud. Otros porque no entienden las categorías con las que explicamos la crisis. Para ellos, hablar de Oriente y Occidente o de derecha e izquierda no tiene demasiado sentido. Ellos ven un mundo dividido entre emergentes e instalados en el que les resulta igualmente decadente un especulador que un sindicalista, un dirigente del Partido Comunista Chino que un banquero vaticano. La decadencia nace, pues, en el momento en que negamos la realidad y nos anclamos en la crisis.