La nueva organización territorial

La Catalunya lampedusiana

Pese a lo que prevé la ley, es aconsejable mantener las diputaciones en vez de instaurar las veguerías

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JOAQUIM Coll

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Si nada lo impide, según la ley de veguerías, aprobada en el 2010, después de las próximas elecciones municipales se procederá a la constitución de losconsells de vegueriade Barcelona, Tarragona, Lleida y Girona, cuya circunscripción territorial coincidirá con las actuales provincias y con sede institucional en esas mismas capitales. Los citadosconsellssustituirán a las actuales diputaciones provinciales, que no son otra cosa que gobiernos locales, con funciones y competencias prácticamente iguales en el ámbito de la asistencia y la cooperación de los municipios. Sus fuentes de ingresos serán también las mismas que la legislación estatal reconoce al gobierno de la provincia, la diputación.

Es cierto que la citada ley incluye una iniciativa legislativa para que las Cortes españolas modifiquen, mediante ley orgánica, los límites territoriales de las actuales cuatro provincias para luego constituir tres veguerías más: Alt Pirineu, Catalunya central y Terres de l'Ebre. Pero es sabido que se trata de una tramitación lenta, en cualquier caso imposible en una legislatura que finaliza dentro de un año, sin ser seguro que en el futuro dicha iniciativa vaya a resultar exitosa, entre otras razones porque crear a efectos estatales tres nuevas provincias tiene otras derivadas, entre ellas una posible variación del número de diputados y de senadores que se eligen por circunscripciones provinciales.

En cualquier caso, es significativo queArtur Masno aludiese en absoluto a este asunto en su discurso de investidura teniendo en cuenta que la ley de veguerías concreta la voluntad de hacer coincidir en un mismo territorio la cooperación local y la descentralización de la Administración de la Generalitat. Además, están pendientes tanto la ley de gobiernos locales como la de financiación de dichas haciendas. Creo que el silencio delpresidenthay que interpretarlo como una muestra de prudencia e incomodidad. En primer lugar, porque CiU votó en contra de esta ley, pero sobre todo porque el tema de la división territorial continúa siendo, tras tres décadas de autogobierno, un auténtico avispero. Solo hay que recordar la insistente reivindicación de una veguería del Penedès, que apoyan muchos partidos, sobre todo CiU y ERC, en esa zona. Sorprende que el catalanismo político haya realizado tantos ejercicios teóricos sobre cómo tiene que organizarse España y, en cambio, no se ponga jamás de acuerdo sobre la mejor forma para administrar un país territorialmente tan pequeño como Catalunya pero tan desequilibrado demográficamente. No obstante, hay que reconocer que un elemento positivo de la pasada legislatura fue la aprobación, por unanimidad, de ley del Área Metropolitana de Barcelona, que actuará en 36 municipios, con competencias en urbanismo, transporte, residuos y agua. Su tramitación se hizo casi en tiempo de descuento parlamentario pero su fracaso esta vez hubiera sido imperdonable.

Creo que de entrada sería bueno no proceder al mencionado cambio de nombre de las diputaciones porconsells de vegueria, que realmente no aporta nada y solo supone un gasto considerable en un momento que exige la máxima austeridad. De no ser así, muchos ciudadanos se quejarán con razón y no pocos columnistas criticarán una operación que recuerda a aquella famosa frase de la novelaEl Gatopardo, deGiuseppe di Lampedusa:«Que todo cambie para que todo siga igual». Aunque, en realidad, creo que la crítica en este caso tendría que realizarse contra una visión excesivamente historicista del catalanismo, que sueña con reconstruir algunas de las fórmulas y los nombres de la Catalunya anterior a 1714. Recurrir como se ha hecho al nombre medieval de las veguerías como si constituyeran la división propia, casi natural, de Catalunya es un tópico sin contenido, que ya en los años 30 desautorizó el geógrafoPau Vila.La veguería era un área bajo jurisdicción de un funcionario real, elveguer, para asuntos judiciales y de representación, que posteriormente se ampliaron y que a menudo entraba en conflicto con el poder municipal. Por tanto, dista mucho de tener algo que ver con esta reinvención actual de las veguerías. Si se recurre a este nombre es porque en la tradición cultural del catalanismo hay una fuerte aversión a las diputaciones, que nacen en época liberal, y sobre todo a la división provincial de 1833, que rompió la unidad territorial de Catalunya.

Pero es hora ya de superar todos esos maniqueísmos, que, en cualquier caso, nada tienen que ver con la realidad democrática y autonómica. El nuevo Estatut reconoce la relevancia del gobierno local de segundo nivel, que son las diputaciones, aunque cambiándole el nombre. Por otro lado, cada vez resulta más evidente que Catalu-

nya no admite excesivas subdivisiones en un momento de auténtica revolución en las comunicaciones. Es momento de adoptar un mayor realismo y de trabajar con lo que tenemos, las provincias, en lugar de forzar nuevos mapas que no se logran materializar. Se puede hacer de forma explícita o camuflándolo en una incomprensible operación de travestismo nominativo. Historiador.