El cuerno del cruasán

Calle del gorila Copito de Nieve

JORDI Puntí

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El otro día me perdí por las calles de Diagonal Mar, ese barrio en perpetua construcción. Venía de la playa y no recordaba dónde había aparcado el coche. Caminaba entre edificios altos y palmeras, sintiéndome como si estuviera en Miami, y de pronto reparé en una especie de parque, silencioso y protegido por una reja. Miré como se llamaba el lugar y descubrí que eran los jardines de Jaime Gil de Biedma.Qué sorpresa. No sabía que el Ayuntamiento de Barcelona hubiera dedicado un espacio público al poeta y tío deEsperanza Aguirre,por este orden. ComoGil de Biedmaes un escritor que me gusta, entré a fisgonear. Los jardines, muy nuevos y cuidados, se reparten el interior de una manzana de edificios entre las calles deEspronceday deLope de Vega.Todo queda entre poetas. Cuando salía por el otro extremo, me di cuenta de que la misma fórmula se repetía en las manzanas siguientes. Acto seguido, pues, visité los jardines deJoan Fuster, Carlos Barral, Manuel SacristányJosep M. Sostres,por este orden.

Dos poetas, dos filósofos y un arquitecto. Aunque sean unos jardines discretos y en una zona que queda un poco lejos de todo, los cinco señores no se pueden quejar. Hoy en día ser el protagonista de un espacio público es un privilegio que va muy buscado, sobre todo en grandes ciudades como Barcelona, donde se trazan pocas calles nuevas y quedan muchos errores históricos por pagar. Basta recordar al pobrePere Calders,a quien dedicaron un pasaje en Sant Antoni, su barrio, que no es ni pasaje ni es nada. Resulta, además, que el nomenclátor se ha democratizado y ahora los méritos se reparten entre la nostalgia popular y la memoria trascendente. En los últimos años, por ejemplo, han surgido iniciativas de ciudadanos pidiendo una calle paraJoan Capri, Pepe Rubianes o el gorila Copito de Nieve. Todas merecidísimas.

Además de este desbarajuste, los funcionarios de turno tampoco se estrujan el cerebro a la hora de distribuir los nombres con una cierta lógica urbana. Los jardines que exploré el otro día son una buena muestra. En lugar de poner juntos aJaime Gil de BiedmayCarlos Barral,que eran amigos del alma y «compañeros de viaje», alguien decidió separarlos metiendo en medio aJoan Fuster,filósofo finísimo, pero que habría discutido mejor de política y referendos populares al lado deManuel Sacristán.La posteridad ya no es lo que era.