Dos miradas

La caja del altillo

EMMA RIVEROLA

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Ha esperado a quedarse sola para bajar del altillo la vieja caja de cartón. Dentro están las hojas de papel de seda cuidadosamente plegadas.

Se sienta en el suelo, junto al pesebre, y empieza a envolver las figurillas. Primero las más resistentes, como la masía y la cuna del niño. Sigue con el mulo y el buey. Las ovejas, juntas. Las gallinas y los polluelos, con la granjera. Continúa con elcaganer, los reyes…

Ella, que nunca tiene tiempo para nada, se pierde en el ritual de cada año. Una liturgia que no quiere compartir con nadie, ni siquiera con sus hijos. Repite los gestos que, Navidad tras Navidad, ha hecho desde niña, desde aquellos días en que la magia se escurría entre sus dedos, mucho más pequeños y torpes. El puente, el vidrio que figura un río… La fina lámina de papel de seda es un arrullo que adormece el pulso de los objetos. Un latido de irrealidad que, por unos días, ha marcado el ritmo de la razón. De esa precisa, severa, sabia y rígida razón.

Toma la tapa, echa una última mirada al interior y cierra la caja. Volverá a guardarla en el altillo. Condenada al silencio y la oscuridad, pero no al olvido. Porque los días en que la amargura, la monotonía o las prisas se le atraganten, ella mirará al rincón del altillo y sentirá deslizarse por un tobogán de cartón, papel de seda y barro. Un ensueño donde la imaginación se trenza con la realidad.