NÓMADAS Y VIAJANTES

La batalla de los traseros

RAMÓN LOBO

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Venezuela comprará urgentemente 50 millones de rollos de papel higiénico. Es una excelente noticia para los casi 30 millones de venezolanos que empezaban a estar preocupados. El desabastecimiento de un artículo de tan perentoria necesidad se ha solucionado; ¿durante un par de semanas? La carestía de papel higiénico sucede a otras de productos no menos esenciales: leche, mantequilla, café, harina de maíz. La escasez es una forma de vida para la mayoría de los ciudadanos.

El Gobierno deNicolás Maduroacusa a la oposición que lideraHenrique Capriles; denuncia un plan opositor, una «campaña mediática» para exagerar la demanda y generar la sensación de ineficacia. También arremete contra la empresa Polar, que tiene casi el monopolio. En Venezuela se consumen 125 millones de rollos al mes.

Los economistas explican que el problema es estructural, creado por la política de control de los precios y del cambio del bolívar. El Ejecutivo trata de garantizar un precio asequible para millones de venezolanos pobres, protegerles de una inflación descontrolada, la mayor de América Latina. El resultado es el contrario al deseado: la inflación no baja (en febrero alcanzó el 32%) y el precio obligatorio de algunos productos está por debajo del coste de producción, lo que desestimula la oferta y favorece la carestía.

La agencia estadounidense

Associated Press, la misma que ha sufrido el espionaje del Gobierno deBarack Obama, citó en uno de sus despachos desde Caracas a un ciudadano venezolano llamadoManuel Fagundes,de 71 años, quien asegura que jamás había vivido una carestía similar. Los consumidores se han transformado en cazadores de productos escasos, se mueven de tienda en tienda, de supermercado en supermercado, para medio llenar la bolsa de la compra. Las colas son inmensas; la experiencia de compra, una pesadilla.

El papel higiénico es el nuevo campo de batalla entre un Gobierno que se adjudicó la victoria de las pasadas elecciones por un margen del 1% de los votos y una oposición que sostiene que les robaron el triunfo. Desde entonces ha sucedido de todo menos el recuento papeleta por papeleta que exigía el candidato opositor. Se multiplican los incidentes y los golpes en el Parlamento, donde varios diputados y diputadas opositores han sido agredidos. Se multiplica el odio en un país partido en dos mitades y que no augura nada bueno. A la incapacidad deMaduro se suma de laCapriles, que ha optado por el combate.

El Gobierno ha sacado el Ejército a la calle para luchar contra la delincuencia, otra de las lacras de Venezuela. No es la primera vez que sucede en los últimos años. En anteriores ocasiones no hubo resultados tangibles; resultó una medida publicitaria más que efectiva.

Madurosiente el peso de la ausencia deHugo Chávez. La repetición machacona del nombre del líder difunto, de sus logros, incluso el asunto cómico del pajarito que se le apareció durante la campaña le han impedido heredar la auctóritas (el prestigio) del comandante.Cháveztenía el apoyo emocional y político de la mayoría del pueblo, que le salvaba de todo error: la corrupción, la inseguridad, los problemas en el abastecimiento, la inflación rampante y de sus ocurrencias. Ese pueblo venezolano que salvaba aChávez culpaba a su entorno.

Ya no estáChávez, el hombre de la palabra abundante, de fuerte personalidad, carismático y con un cierto encanto personal. Ahora el entorno está solo, sin luces, sin motor, sin una brújula política. El recuerdo del difunto se apaga por inercia en una población exhausta. La realidad, con sus precios locos y carestías, se impone día a día ante un Gobierno desorientado, huérfano aún, que no dispone de la fuerza incontestable de las urnas.

El Salvador, diferente

Me encuentro en El Salvador, un país muy diferente que padeció una guerra civil de 12 años con cerca de 80.000 muertos. La pobreza es visible en las calles del centro de su capital y en las zonas rurales. En aras de la paz, los criminales dejaron atrás la memoria histórica, como en España. Nunca hubo juicios como el deEfraín Ríos Montten Guatemala, tan importante para la región, ni encarcelamientos de las cúpulas militares, como Argentina, dondeJorge Videlaacaba de morir donde deben morir los asesinos de masas: en la cárcel.

El Salvador no tieneHugo Chávez a los que aferrarse, banderas con las que soñar, pero posee otro tipo de símbolos, de referentes morales que perviven en el tiempo, como el del arzobispoÓscar Romero, asesinado por la extrema derecha el 24 de marzo de 1980. La esperanza aquí es que el nuevo papa,Franciscoy jesuita, más sensible hacia los asuntos de la pobreza, le haga beato de una vez, y santo, para que nadie tenga dudas de cuál es el camino: compromiso y honestidad.