Al contrataque

Acojonado 2.0

El gran escaparate global de las redes puede mostrar imágenes o compartir historias muy interesantes pero tiene una deriva enfermiza contra la que no sé si existe vacuna

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Carles Francino

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Estoy seguro de que los lectores cinéfilos recordarán la película 'El show de Truman', donde el inefable Jim Carrey daba vida a un personaje que trata de escapar del 'reality' en el que le habían metido sin previo aviso. La película tiene ya 20 años, pero creo que anticipó algo de lo que hoy nos está ocurriendo: estamos rodeados de ficción por todas partes, de farsa, de impostura, de exhibicionismo; y formamos parte de un espectáculo. El plató de hace dos décadas era televisivo, hoy es digital, y ambos se retroalimentan. Pero es que encima nos intentan hacer vivir tan deprisa que conceptos como reflexión o pausa empiezan a sonar antiguos, o inútiles. Y ya no hablemos de los matices o la discrepancia porque lo que se lleva es la tribu.

Lo peor de todo es que ese frenesí inducido de la hiperconexión permanente y el mar de burbujas que se ignoran entre sí lo ha contaminado todo, empezando por la política, naturalmente; y así nos va, aunque también es cierto que la propensión al sectarismo y a considerar enemigos a los adversarios bebe de una larga y fecunda tradición patria (que cada uno piense en la patria que quiera, a estas alturas no quiero más líos).

De todas formas, antes de que me crucifiquen o me excomulguen al grito de “¡analógico!”, solo quiero aclarar que no estoy disparando contra la revolución digital que nos ha proporcionado unas herramientas de información y de comunicación absolutamente brutales. Hace tiempo que me convencí de que el nacimiento de internet es comparable al descubrimiento del fuego, o de la rueda, pero esto es como los cuchillos: puedes cortar la carne o puedes cargarte al vecino. O como las ideas, que dejan de ser respetables cuando tratas de imponerlas a la brava.

En cualquier caso, tengo muy claro que nos chutan –o nos dejamos chutar- tal cantidad de impactos que la digestión resulta imposible; y como nada de eso es casual sino que tiene padres –y madres (tampoco ahí quisiera meter la pata)- pues ya me dirán si no nos hemos convertido en una especie de 'generación Truman'. El gran escaparate global de las redes puede mostrar imágenes o compartir historias muy interesantes pero tiene una deriva enfermiza contra la que no sé si existe vacuna.

Una psicoanalista francesa me contó el otro día en la radio que alguna paciente suya ya solo se mueve a ritmo de 'likes', que su estado de ánimo varía en función de los ecos que le llegan por la red. No quiere ni pareja, ni hijos, ni nada; únicamente le interesa ser reconocida –y querida- en internet. Igual me estoy haciendo  mayor, pero a mí estas historias me acojonan.