Análisis
'Aquarius': gesto necesario pero no suficiente
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
Son tantas las asignaturas pendientes acumuladas que la aceptación del desembarco en puerto español de los 629 desesperados hacinados en el Aquarius se queda como un puntual gesto humanitario, eso sí, encomiable.
Es cierto que, visto desde España, supone un contraste positivo con un balance negativo en el que, solo como muestra, destacan las más de 40.000 solicitudes de asilo pendientes, la vergüenza diaria de Ceuta y Melilla, el incumplimiento del reasentamiento de más de 16.000 refugiados, las devoluciones “en caliente”, los CIE o el drama diario de quienes pretenden llegar a las costas españolas. Por lo que respecta a la UE, no solo Italia queda en muy mal lugar, sino que también ocurre lo mismo con una Francia que ha preferido mirar para otro lado. Si a eso se suma el frente que Roma, Berlín y Viena están edificando para bloquear cualquier propuesta que vaya más allá de buscar la complicidad de algunos de nuestros vecinos- sea Turquía, Libia o países del Sahel africano- para nos “liberen” de la creciente presión migratoria, se entenderá que resulta irreal hoy suponer que esta nueva tragedia va a traducirse en un giro copernicano en una política comunitaria que se distingue, sobre todo, por su carácter policial y restrictivo.
A estas alturas ya hemos digerido, sin alterarnos, tragedias como las de Lampedusa, los refugiados sirios, el niño Aylan... Y en cada una de ellas se ha repetido la misma farsa teatral, con declaraciones gubernamentales altisonantes que anuncian una nueva era, seguidas de inmediato por la inacción o, lo que es peor, la insistencia en la misma línea de actuación: transferir la presión al país vecino en un suicida “sálvese quien pueda”, aumentar los recursos financieros y humanos para cerrar nuestras fronteras, asistir técnicamente a nuestros vecinos del sur para que sean ellos los que filtren en primera instancia esos flujos y pagarles directamente por su represiva colaboración. Por eso, sin prejuzgar lo que el nuevo gobierno español pueda proponer, exigiendo “más ambición” a los Veintiocho, resulta difícil imaginar que el próximo Consejo Europeo (28/29 de junio) vaya a salirse del carril en el que llevamos metidos tanto tiempo.
Y ese triste augurio no deriva de la imposibilidad metafísica de la Unión para entender que el modelo represivo actual no funciona o que, por puro egoísmo inteligente, lo que necesitamos es que vengan muchos más. Lo que frena cualquier cambio a corto plazo es que ya llueve sobre mojado y que- como efecto combinado de los males de esta desigual globalización, de la crisis sistémica en la que Unión lleva años sumida y la falta de voluntad pedagógica de nuestros gobernantes- ha florecido una amalgama de euroescépticos, crecientemente xenófobos, cuando no directamente racistas, que hace prácticamente imposible que un gobernante nacional se atreva a ir contracorriente por temor a los efectos electorales que eso puede suponer de inmediato. Dicho eso, ojalá Sánchez sea capaz de revertir esa brutal dinámica.
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