Añoranza ibérica

No me puedo quitar de la cabeza que un día exista una relación federal entre España y Portugal

IAN GIBSON

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En medio de tanta baraúnda, de tanto rifirrafe secesionista, uno se da cuenta más que nunca de que Lisboa aún no está conectada por AVE con Madrid (pasando por Barcelona). Hoy solo vincula a las dos capitales un servicio nocturno, denominado Tren Hotel. Sale de la estación de Atocha a las 21.50 horas y llega a su destino a las 7.30. ¡Una odisea de casi 10 horas! A mí no me apetece nada hacer el trayecto en la oscuridad sin poder apreciar los paisajes atravesados. Pero no hay más remedio para quienes nos negamos a ir, contaminando, en avión, o preferimos no echar mano del coche. ¿No es patético, por no decir increíble, que, a la altura del 2016, Bruselas no haya sido capaz de organizar la financiación necesaria para completar la línea, si entiendo prácticamente terminada hasta Badajoz?

Tomo nota también de que el hombre del tiempo sigue, impertérrito, ignorando al país vecino, reducido en la pantalla a la categoría de parche gris donde no hace ni calor ni frío, no cae nunca la lluvia ni destella jamás un relámpago. Un 'no man's land' poblado, sin embargo, por unos 10 millones de seres humanos quienes, hay que suponerlo, comparten nuestros vaivenes climáticos.

El gran Richard Ford ya señaló, en 1845, la tendencia de los españoles a escindirse en parcelas excluyentes. No lo entendía: el país nunca se ponía de acuerdo consigo mismo y no 'amalgamaba' jamás. El localismo y el separatismo eran una tendencia permanente. Por ello, opinaba, más que de nación se trataba de «un puñado de pequeños cuerpos atados por una soga de arena». Vale la pena retener la imagen.

Llegar a soluciones de compromiso

Las comunicaciones eran entonces muy complicadas, dada la accidentada geografía patria, y ello favorecía, está claro, la renuencia a 'amalgamar'. Pero ya no es el caso y la alta velocidad llegará en su momento a Lisboa. Debería de ser hoy más fácil que nunca llegar a soluciones de compromiso. Y es un hecho que las actuales encuestas poselectorales demuestran que lo que quieren ahora los españoles, masivamente, son pactos, transacciones, diálogo. Creo que ello es altamente positivo. Porque no hay que perder otra vez el tren: podría ser el último.

La Península Ibérica siempre me ha fascinado por su condición, para empezar, de maravilloso yacimiento arqueológico, capa sobre capa. Luego por sus diversos mares y variedad de climas, los Pirineos que la separan del norte, el Estrecho que lo hace de África, sus distintos idiomas y gentes, su mezcla de sangres y, cómo no, su Don Quijote de la Mancha, una de las más grandes creaciones del espíritu humano. No me puedo quitar de la cabeza, por ello, la posibilidad de que un día exista la República Federal Ibérica. Así como tampoco lo pudieron Antonio Machado y, más recientemente, Günter Grass y, sobre todo, José Saramago, cuya unión con la granadina Pilar del Río simbolizaba la posibilidad de una entente lusoespañola de las más cordiales. El novelista estimaba que quizá un 40% de portugueses estaría a favor de una relación federal con el resto de la península. Si fue así hace algunos años la cifra podría subir ahora si los políticos estuviesen a la altura. Pero últimamente casi nadie habla de tal posibilidad, o si se habla de ella surgen en seguida el escepticismo y hasta el cinismo.

El Senado como cámara territorial

Entretanto que veamos pronto la conversión del Senado en cámara territorial -parece que abogan por el cambio todos los partidos progresistas-, con el énfasis sobre las distintas lenguas y culturas del Estado. No vale seguir reivindicando la rica pluralidad de España si no se promociona activamente, fuera de su ámbito nativo, todos los idiomas que en ella se hablan. Y si el euskera, por no indoeuropeo, supone un obstáculo grave para los demás, no así las lenguas procedentes del latín.

¿Tan difícil resulta, para quien únicamente habla castellano, descifrar un texto sencillo en catalán, gallego o portugués? Solo hace falta adquirir los rudimentos, reconocer los cambios ortográficos, ir almacenando un vocabulario mínimo nuevo, eso sí, y hacer un pequeño esfuerzo. Esfuerzo en absoluto comparable con el necesario para el dominio del inglés, por ejemplo, y más del alemán, pues todo está en casa y al alcance de cualquiera. Pero, aun así, de no propulsarse desde arriba cierta familiaridad con los demás idiomas nacionales, será siempre problemática la difusión de los mismos.

A mí me gustaría que quienes anhelan separar a Catalunya del resto del Estado español, los empedernidos del 'tots pel no', esperasen un poco. ¿Por qué no colaborar primero en traer la República Federal y luego, si el proyecto se embarranca o desvirtúa, retomar la iniciativa? ¿No sería más sensato... y más magnánimo?