Un amigo llamado T-7440

A lo largo de mi vida he hecho bastantes cosas imprevisibles, algunas que ahora me sorprenden. Cantar en público, por ejemplo, en el tiempo de la Nova Cançó.

Pero lo que más me extraña, hoy, es haber hecho un largo viaje en un camión. De Barcelona hasta tierras de Castilla. No conducía yo, naturalmente. Una pareja de camioneros aceptaron que fuera con ellos atravesando media España. Pienso que había una cierta fraternidad entre los camioneros profesionales y los infelices que no tenían dinero para pagarse un viaje para poder volver a casa en una urgencia. El hecho es que dos camioneros que iban juntos, ignoraban quién era yo y aceptaron llevarme. ¿A dónde? Donde ellos fueran.

Pensé que los camioneros hablan poco y no se extrañan por nada. Compartí con ellos la intimidad de la cabina del camión y también los incidentes del largo viaje, y las personas que encontrábamos cuando teníamos que parar para cenar o para dormir. Si quería conseguir vivir unas experiencias tan opuestas a lo que conocía, lo conseguí. 

Los dos camioneros se alternaban para conducir y para dormir. Y yo dormía poco y mal, quizá porque no quería perderme ni un kilómetro ni un minuto de aquella aventura. Veía cómo se acercaba un faro de camión en plena noche, y me daba confianza sentir como roncaba uno de los conductores, que al cabo de dos horas volvería a estar al volante.

El libro que escribí sobre esta singular experiencia lo titulé 'Combate de noche' y ahora, en una nueva reedición, habría podido utilizar el plural porque cada curva de la carretera suponía tensión, y, de noche, cada faro que se acercaba suponía peligro. Reeditado, ahora, he releído el libro. Qué añoranza, aquella aventura. Es fantástico que un libro pueda rejuvenecernos.

Cada vez que veo pasar un camión por la carretera pienso en ese T-7440 que me llevó por muchos caminos.