Edward Albee y García Lorca

JOSEP MARIA POU

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De las cuatro patas -Eugene O’Neill, Teennessee Williams, Arthur Miller y Edward Albee- sobre las que se sustenta el “antiguo tinglado de la antigua farsa” americano, Edward Albee, recientemente fallecido, es, quizás, la más inestable. No por falta de peso, calidad y merecimientos, sino porque siendo su obra la más valiente y transgesora, ha sido también la más controvertida y rechazada. Una carrera de altibajos, que va de la consagración al vapuleo inmisericorde, de la expectación a la indiferencia, de la ovación al silencio.

Polémico y provocador, Albee no escatimó motivos para el enfrentamiento. Su desprecio hacia los críticos es leyenda en Broadway. Su opinión sobre la figura del director de escena -ignorante manipulador cuando no enemigo del autor, a su juicio- no le ganaron amigos. Y el férreo control que ejercía sobre traductores y productores dificultó que muchos proyectos llegaran a buen término. Tuve ocasión de vivir -y sufrir- con miedo, nervios y angustia algunas de sus exigencias durante el proceso de ensayos de 'La cabra o ¿quién es Sylvia?'. Todo bien empleado, en cualquier caso, por la felicidad que me dio representar esa obra, noche a noche, durante dos años y pico.

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Algunas de sus textos -'Historia del zoo' y 'Quién teme a Virginia Woolf', sobre todo- han sido muy representados en España. Otros, no tanto. Es el momento, quizás, de abogar por el estreno entre nosotros de una joya rara en su producción. Me refiero a la que escribió fascinado por la personalidad de Federico García Lorca. La tituló 'The Lorca Play'. En su empeño, viajó a España y se entrevistó, incluso, con Isabel García Lorca, entre otros muchos. La función tiene un extenso reparto, 37 personajes, entre ellos el propio Lorca (de niño y adulto), su madre, el general Franco, Salvador Dalí, Luís Buñuel y Manuel de Falla.

Cuando, con motivo del estreno, le preguntaron el porqué de su interés por Federico, contestó alto y rotundo: “Hay un paralelismo evidente: a Lorca le mataron por ser un intelectual, artista, de izquierdas y homosexual. Cuatro buenas razones por las que hoy se puede matar también, o silenciar al menos, a cualquier persona en Estados Unidos”.

La obra, dirigida por él mismo, se estrenó en el Alley Theatre de Houston (era un encargo de la Universidad de Houston) el 24 de abril de 1992. Pese a varios y esforzados intentos, nunca llegó a Broadway. ¿Para cuándo, aquí?