Al contrataque

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ANA PASTOR

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Hay imágenes que nos recuerdan la importancia de los pequeños gestos. No sé qué pasó por la cabeza de aquella mujer cuando decidió hacerlo, pero la valentía de sus firmes pasos forma parte ya de la historia de alguna manera. Era el mes de abril del año 1967 y Kathrine Switzer decidió ocultar su identidad bajo la denominación KV Switzer. Era la manera de sortear la norma machista no escrita por la que las mujeres no podían participar en un maratón. Pero allí estaba ella, dispuesta a desafiar el absurdo y abrir la puerta a muchas otras mujeres que la cruzarían años después. La ciudad estadounidense de Boston acogía la prueba de los 42,2 kilómetros, sin duda una de las más importantes del mundo. Y ella se lanzó a correr. No encontró razones para no hacerlo.

Se había preparado durante mucho tiempo para demostrar que no iba de farol. Tanto que, según cuenta su propio entrenador, él acabó desmayado en una de las sesiones realizadas en la Universidad de Siracusa. Aquella fría mañana empezó a nevar. Kathrine vestía un pantalón de chándal largo frente a los shorts del resto de hombres que la rodeaban. Se había retirado de la cara la melena con una cinta oscura. Iba acompañada de su pareja y su entrenador. Uno a cada lado. De repente, uno de los jueces se percató de su presencia y se metió en el recorrido para sacarla a la fuerza. Las fotografías de la época, en blanco y negro, muestran cómo aquel comisario, conocido como Jock Semple, la zarandeó tanto del brazo que casi la tiró al suelo. Estaba indignado y enfurecido por verla allí. Quería expulsarla. Pero no consiguió su propósito. Los compañeros de Kathrine impidieron que lo hiciera y ella siguió con su marcha. A las cuatro horas y veinte minutos cruzó, por fin, la línea de meta.

Reconocer el error

Nada la frenó. Ni aquel cartel de Solamente hombres ni aquel comisario. Ni los comentarios contra sus labios pintados ni los referidos a la debilidad física de las mujeres. Es más, años después de aquello Kathrine volvió a encontrarse con aquel comisario. Y acabaron haciéndose amigos. Claro que previamente él tuvo que reconocer el error y abrir su mente a un mundo diferente, el de la tolerancia a lo desconocido. Una nueva fotografía selló ese instante de paz. Ambos aparecían sonrientes y abrazándose. Inteligencia y coraje de la corredora 261. Ese era el dorsal de Kathrine en aquella histórica carrera. En el año 1972, cinco años después del incidente, Boston decidió incluir a las mujeres en el mítico maratón. Y en 1984 la disciplina fue incluida en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Kathrine tiene ahora 66 años. Y a pesar de todo, sigue corriendo. Y siempre hacia adelante. Pequeños gestos. Grandes cambios.