Vino de mi cosecha

El sabio Josep Roca

JOSEP M. FONALLERAS

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El sabio Josep Roca

Hace unos años, los propietarios de Masia Serra regalaron aJosep Rocauna botella de vino para celebrar el nacimiento de su hijo. Hace un par de días, en una encalmada noche de Cap Roig, en Calella,Josep Rocala descorchó. No es ninguna noticia espectacular, lo sé, y ustedes pueden decirme que la anécdota entra en el terreno de las cosas más íntimas y que no es necesario hablar de ello. Es cierto. Lo que la convierte en categoría universal es un pequeño detalle que afecta al vino y a la botella que lo contenía.

Proviene (provenía, porque ya no queda) de una bota de 1860, bota madre, las llaman, que es la que impregna de aroma, de historia y de fervor familiar los vinos dulces naturales Ino que, estos sí, pueden adquirirse en las tiendas. Los impregna, nunca mejor dicho. Pero la botella que destapóJosep Rocaen una cata deSet vins sentits (queridos y escuchados) tenía en su interior la esencia real y tangible, auténtica, de una herencia de 150 años. Dado que los espectadores de superformanceeran más de 200 no pudo ofrecer una copa a cada uno, sino dos gotas, dos piezas de orfebrería introducidas en un frasco que debía ser olido para entrar en el interior de la experiencia, entenderla y sentirse fedatario. Podrán decirme, con toda la razón del mundo, que exagero. Es lo que yo siempre había pensado de una cata de vinos. Siempre me había costado mucho adivinar los aromas, las reminiscencias, identificar maderas o cerezas. Hasta un par de noches atrás, en Cap Roig.

El frasco al que me refiero era la concentración máxima, la tensa economía conceptual que resume un poema, pero fue el punto final a una exhibición técnica, a un cálido acercamiento deJosep Roca,sabio en vinos y rico en adjetivos, al mundo de la enología entendido como universo paralelo al de la música.

Capaz de convertir la rutina gustativa en un espectáculo que va más allá de los conocimientos sobre viñas o añadas y se adentra en los pliegues de la memoria más placentera, el mediano de los hermanosRocadibuja, en cierto modo, una autobiografía.

Abarcando el legado de los clásicos, con el contrapunto musical deMozart, MassenetoSaint Saens (interpretados por el Quartet Gerió), enseña las tierras (áridas o fértiles) que han alumbrado los vinos que le han hecho como es. Y las comparte. Las ofrece como una narración, con un hilo argumental que va desde la «aldea por donde sale la primavera» (el nombre en alemán de una viña de Riesling) hasta la evocación del jerez amontillado con el que recupera la voz antigua de la saga, nacida al abrigo de un barrio obrero e inmigrante.

Alma turbada

Fue una noche emocionante. Una noche que es una vida. La que transcurre entre la poda de enero y la desolación del otoño, una vez terminada la cosecha. La que promete nuevas floraciones y anuncia la caída de la hoja. La que presagia el estallido de la uva y prevé la helada sobre la cepa enroscada y sola. Fue una noche turbadora porque terminó con el cuchillo que Sílvia Pérez-Cruzsiempre está a punto de clavarte. MientrasJosep Roca presentaba un oportovintage, oloroso y enfangado, la artista cantaba un fado deAmália RodriguesyCarlos Gonçalves que dice, más o menos, «si yo supiera que, muriendo, tendrías una lágrima para mí, por una lágrima tuya, me dejaría matar». Los asistentes picaron con los pies porque tenían las manos ocupadas con la copa de oporto. Fue un aplauso opaco, como un alma enturbiada.