Al contrataque

M. y B.

Se regalan tres o cuatro besos sonoros. Muy sonoros. Besos que todos escuchan en la sala de urgencias. Besos con la fuerza de los 90 años

ANA PASTOR

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Debe de tener cerca de 90 años. M. está de pie junto a la cama de B., su mujer. Lleva ahí unas cuantas horas. Aunque tiene una silla al lado no quiere sentarse. Dice que se aleja mucho. Agarra la mano de B. todo el rato. Es un hombre menudo. Lleva gafas y un jersey oscuro sobre una camisa cuyos cuellos han desaparecido hace un rato. Solo se retira un poco cuando alguna enfermera se acerca a hacerle pruebas a ella.

Cuando B. se despierta del duerme vela, en mitad de la sala de urgencias, ambos hablan de lo que van a hacer cuando salgan de aquellas paredes blancas. Él habla alto. Muy alto. Ella susurra. Los problemas de audición de él permiten a los demás escuchar las maravillosas pruebas de amor cotidiano de la pareja nonagenaria. «Cuando salgamos de aquí», dice M., «nos vamos a comer ese cocido tan rico que tú sabes hacer». Ella sonríe y le aprieta la mano como primera respuesta. Después le pide a su marido que salga a comer algo, que lleva demasiadas horas ahí dentro acompañándola. Él pone cara de niño pillo y hace como si no la hubiera escuchado. Y cuando ella lo repite él dice, de nuevo en voz muy alta, que no se preocupe porque no tiene hambre. Pero M. vuelve a hablar del cocido que ella prepara como esperando que eso vaya a calmar el sonido de sus tripas. A los pies de la cama hay una bolsa azul con la ropa de B. que M. ha doblado pacientemente a la espera del relevo de una de sus nietas. El pantalón, la rebeca y los zapatos. De vez en cuando M. comprueba con la mirada que todo está en su sitio. Y cuando ve que ella abre los ojos o se remueve en la cama le dice: «No te preocupes, no me voy a mover de tu lado».

LA FUERZA DE LOS 90

Llega el relevo. Una de las nietas de la pareja entra para que el abuelo se vaya a descansar un rato. Pero no quiere. Sigue de pie al lado de B. Ni se ha acercado a esa silla vacía que hay junto a la cama. Al final consiguen convencerle para que salga. Acepta a regañadientes. Pero antes se despide de ella. B., sin su dentadura que ha tenido que dejar en la bolsa azul para las pruebas que le han hecho. M., con unos cuantos dientes menos. B. y M. se regalan tres o cuatro besos sonoros. Muy sonoros. Besos que todos escuchan en la sala de urgencias. Besos con la fuerza de los 90 años. Besos de «espérame que vuelvo enseguida». Besos de «me voy pero estaré cerca». Besos al fin y al cabo. M. sale ladeando el cuerpo por lo que parece una leve cojera en la pierna derecha y enfila el pasillo siguiendo el cartel de 'Salida'. Vuelve la cabeza un par de veces antes del recodo que da a la calle. B. se ha vuelto a quedar dormida. Él baja la mirada antes de cruzar la puerta del todo. Quizá se va pensando en el cocido. En comerlo con ella. O quizá piensa en los besos. O en que fuera está diluviando.