CRÍTICA

Al revés que ahora

Las memorias de Lluís Foix,'La marinada sempre arriba', son un regalo

Lluís Foix.

Lluís Foix.

VICENÇ PAGÈS JORDÀ

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Hace unos 30 años que Lluís Foix (Rocafort de Vallbona, 1943) es uno de mis periodistas de cabecera. En los 80 sus críticas internacionales contribuyeron a mi formación y ahora disfruto de sus intervenciones en la radio, donde expone con cordial claridad sus puntos de vista.

Nacido en un lugar de 300 habitantes, Foix llegó a Barcelona con 16 años y al poco entró a trabajar enLa Vanguardia, el diario que dirigiría con los años. El contraste entre el aislamiento del pueblo donde vivió hasta la adolescencia y los 84 países desde los que llegó a enviar crónicas es todavía más sorprendente si tenemos en cuenta que la manera de vivir de la payesía no había evolucionado mucho en los últimos tiempos: trabajaban la tierra con animales, se segaba a golpe de hoz y guadaña y el medio de transporte más utilizado era ir a pie.

Dividido en capítulos temáticos,La marinada sempre arriba nos introduce en los olores de los años 40, en oficios y costumbres desaparecidos, en unos años que no conocían las vacaciones pero tampoco el paro. El retrato no es amable. Hay miseria, ignorancia y violencia, pero también una manera de vivir acorde con el paso del tiempo.

VIAJE AL PASADO / En un primer momento podría parecer un libro de iniciación que presenta un interés menor en relación a los libros hipotéticos que Foix podría escribir dedicados al oficio de periodista. Pero la verdad es que acceder a las evocaciones de aquellos años es un regalo. Si bien algunos lectores todavía pueden reconocer en ellas el pasado, para los jóvenes supone entrar en contacto con formas de vida desconocidas pero no tan lejanas, sin las cuales resulta imposible entender el mundo de hoy. El capítuloSegar i batre, por ejemplo, permite acceder a muchas expresiones vivas que se han acabado distanciando de la experiencia: «no diguis blat que no sigui al sac i ben lligat».

Foix habla de una posguerra en la que no se hablaba de la guerra, cuando los fugitivos atravesaban el pueblo como fantasmas, mendigando un poco de comida antes de informarse sobre el camino más corto hacia al mar. Eran tiempos de mozos y jornaleros, cuando la radio era un lujo y el somatén una realidad. El estraperlo creaba fortunas efímeras y dormirse en misa no estaba mal visto porque quería decir que habías trabajado más de la cuenta.

Como la mayoría de sus contemporáneos, Foix pasó frío, se lavó una vez a la semana, trabajó desde niño, fue educado en un rigor que hoy consideraríamos excesivo. La sensación que transmite el autor de haber prosperado a golpe de sacrificio queda muy lejos de las previsiones de tantos jóvenes preparados que hoy tardan en encontrar su lugar en el engranaje social. No debe de ser un gran consuelo recordar que en los años 40 el punto de partida era tan bajo que mejorarlo era fácil, al contrario que ahora. Entonces el esfuerzo no era una consigna pedagógica, sino la única manera de sobrevivir.

Más de una frase de Foix parece escrita por Josep Pla, como cuando se refiere a sus padres «Portaven el terme al cap. Sabien tots els racons dels trossos, coneixien la història dels arbres, dels boscos i dels camins amb els seus marges i revolts». No eran cultos pero sabían muchas cosas, al revés que ahora.

3LA MARINADA SEMPRE ARRIBA

Lluís Foix

Columna. 256 p. 19,90 €