EL LIBRO DE LA SEMANA

Recordar antes del último olvido

'El balcón en invierno', la mitificadora narrativa familiar de Luis Landero

El escritor Luis Landero.

El escritor Luis Landero.

DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

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Aunque siguen escribiéndose y publicándose y leyéndose novelas, el género pasa por una aguda crisis. Me refiero a la novela de ficción, fórmula tautológica a la que hay que recurrir para distinguir la novela sostenida en una trama imaginaria de los múltiples avatares del autobiografismo que hoy han ido colonizando la escritura que podemos llamar literaria. Este fenómeno no presupone un juicio de valor sobre esta nueva narrativa egocéntrica, puesto que, en general, satisface más al lector por su inmediatez, su sugerencia de veracidad e incluso su innovación técnica, como prueban obras como las de Coetzee o Carrère. El arranque del último libro de Luis Landero (Alburquerque, 1948) escenifica bien esta fatiga ante la ficción: el propio escritor confiesa cómo al rato de empezar a escribir una «nueva novela» se desploma sobre él un abatimiento insuperable y tiene que abandonarla. El capítulo se titula «No más novelas. Septiembre de 2013».

El balcón en invierno El balcón en inviernono es, pues, una novela, sino el producto afortunado de un aborto de novela, porque el disgusto del escritor ante esta lo empuja por los derroteros de la memoria, el autoexamen y, con prudencia, de la confesión: «Llevo escribiendo desde la adolescencia y ahora soy casi viejo». En las vísperas de la vejez, enfrentado al enigma de la identidad (¿qué hace de mí lo que soy?), el narrador de Landero se remonta a sus años de niñez y juventud como si buscara en ellos una respuesta improbable. Y en el curso de sus retrospecciones va regalando al lector, en un castellano exacto, imágenes de las décadas sombrías de los cuarenta y cincuenta y de los adolescentes sesenta, imágenes con el valor añadido de pertenecer al álbum mental privado del escritor y a la crónica colectiva de quienes sufrieron la tenaza de la Dictadura. Por eso, simbólicamente, el tropel de evocaciones se dispara al salir al balcón, un espacio que es dentro y fuera a la vez, privado y público, intemperie y resguardo.

En «esta deshilvanada y verdadera historia de recuerdos», como la llama el propio Landero, el tiempo va dando saltos impulsado por los nudos de la memoria propia y de la heredada, la de padres y abuelos, transmutada una y otra en una narrativa familiar constituyente y mitificadora. Todos esos nudos temporales se interrelacionan a través del protagonista, el joven de familia muy humilde en cuya casa no había ni un solo libro y cuyo encuentro con la escritura está jalonado de obstáculos y desvíos, como su dedicación profesional a la guitarra durante años. Sin embargo ese personaje (que es Landero) es más una conciencia que un actor, así como este libro no aspira tanto a describir un camino de perfección hacia la literatura (el chico pobre que llega a ser escritor célebre) cuanto a salvar del olvido a hombres y mujeres sin los cuales él no hubiera existido.

Un homenaje

En este sentido, este balcón al que se asoma Landero en su invierno (que es el de su edad) le permite trazar un memorial de su identidad (¿quién soy?) que se eleva a homenaje a sus antepasados, a sus afanes y sueños y a la sangre de los antiguos hojalateros que seguirá fluyendo mañana en las venas de sus descendientes. Como la metáfora del balcón, este libro tiene también una dimensión privada y otra que se abre afuera, al lector, recordándole -si es que hiciera falta- que todo cuanto importa al mundo será inexorable pasto del olvido, pero que en el mar del olvido quedan suspendidos innumerables granos de alegría.

EL BALCÓN EN INVIERNO Luis Landero Tusquets. 248 p. 17 €