CRÍTICA DE CINE

Crítica de 'Ibiza': farra cansina por Barcelona y la isla blanca

La nueva comedia de Netflix es una película corta pero interminable que da la razón a la turismofobia

Fotograma de 'Ibiza', que estrena Netflix este viernes

Fotograma de 'Ibiza', que estrena Netflix este viernes

Juan Manuel Freire

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Pese a lo que sugiera el título, 'Ibiza' no pasa toda en la susodicha isla, sino que buena parte de su metraje (como media hora de sus interminables 94 minutos) se desarrolla en Barcelona, donde Harper (Gillian Jacobs) ha ido de viaje de negocios, acompañada, casi contra su voluntad, por sus mejores amigas (Vanessa Bayer y Phoebe Robinson). La protagonista se cuela aquí por un DJ (Richard Madden, el antiguo Rey en el Norte de 'Juego de tronos') hasta el punto de seguirle los pasos hasta la isla blanca, o habría que decir mejor Croacia, donde este engendro se rodó en realidad.

El Consell de Eivissa catalogó este 'Netflix Original' de "fraude" y estudió tomar medidas por usar ese título a la ligera y presentar, además, la isla del modo más estereotipado posible, como una especie de Tierra Prometida del Descontrol. Barcelona también sufre la misma suerte: lo primero que hacen nuestras chicas al llegar es comprar hierba ¡al taxista!, y sus únicos planes consisten en desfasar. Cuatro perezosas tomas de ubicación completan la visión global de la ciudad. La marca que ha traído a Harper hasta aquí vende… sangría, por supuesto. Los personajes españoles de 'Ibiza' son, en los mejores casos, bobalicones (el billonario interpretado por Jordi Mollà), y en los peores y mayoría seres bastante básicos, tirando a agrestes.

Todo esto se perdonaría (o no) de ser 'Ibiza' una buena comedia de locura vacacional y/o fiesta de chicas. No es el caso: no es 'Vacaciones' ni 'Girls trip'. Solo el claro gusto por la improvisación de Vanessa Bayer (quien regala los gestos y momentos más extraños, mejores) salva un poco el entuerto. Pero, además, 'Ibiza' pretende ser romántica, enlazando a Harper con un DJ EDM en una relación basada no solo en el sexo sino en un entendimiento instantáneo y quizá duradero. Por este lado tampoco convence, a pesar de la indudable naturalidad de Jacobs, a la que Hollywood debe desde hace mucho tiempo mejores roles.