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Hijos y padres

JORDI Puntí

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En el último párrafo de suCarta al padre, Franz Kafka escribió que «la vida es algo más que un juego de paciencia». Con juego de paciencia -lo sabemos por una de las parábolas que escribió en otra parte- se refiere a esos rompecabezas de origen chino en los que, con muy buen pulso, hay que hacer correr una bola por un laberinto de carriles y meterla en un agujero. «La bola está hecha a conciencia para que quepa exactamente en el ancho de los carriles, pero los carriles no están precisamente pensados para que la bola esté cómoda», escribe. Después de tantas páginas de reproches y angustias, pues,Kafkaquería dar a entender a su padre que la realidad es huidiza e imprevisible, y que toda la vida se había sentido ligado y humillado por su control con el pulso firme.

La relación entre el padre que juega con la paciencia del hijo ha dado grandes obras literarias. Cada generación acaba dictando su carta al padre, avivada por obediencias o sublevaciones actualizadas. Ya pueden ser de carácter social, religioso, racial o nihilista, que al final siempre topamos con lo mismo: la dificultad para entenderse. En esta zona oscura es donde crece la literatura, como demuestra una novela magnífica, publicada estos días, sobre la relación entre un hijo adolescente y su padre distante. Se trata deSukkwan Island(Alfabia), del norteamericanoDavid Vann.Un padre, divorciado, convence a su hijo de 13 años para que pasen juntos un año en una isla del sur de Alaska. Es una isla incomunicada, sin habitantes, y pasarán allí todo el invierno. Vivirán solos en una cabaña, tendrán que cazar y pescar, llevan armas, tendrán una radio para comunicarse con el mundo. El padre hará de profesor. Qué caray, así se podrán conocer mejor.

Al cabo de unos días en la isla, el hijo se da cuenta de dos detalles y empieza a pensar que todo aquello es un error: el primero es que el padre no tiene ninguna experiencia para la vida salvaje; el segundo es que muchas noches, cuando se van a dormir, el padre empieza a llorar en la oscuridad de puro deprimido.David Vann, que acaba de ganar el premio Médici en Francia, penetra con gran agudeza y emoción en el alma de estas dos vidas fuera de lugar y tiempo, hijo y padre. Como fondo, el paisaje extremo de Alaska se convierte en su laberinto.