«Me gusta que mi cine provoque discusiones»

Ulrich Sield, en una imagen promocional de 'Paraíso: Amor'.

Ulrich Sield, en una imagen promocional de 'Paraíso: Amor'.

NANDO SALVÀ
MADRID

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Se entiende que su paisano Michael Haneke comparara sus películas con unos calcetines apestosos -era un cumplido-, porque su cine se dedica a explorar cuanto de aberrante hay en la condición humana. En su último trabajo, la trilogíaParaíso, el cineasta austriaco Ulrich Seidl (Viena, 1952) acompaña a tres mujeres de la misma familia que buscan intimidad y tratan de escapar de su frustración sexual. La primera entrega,Amor,se estrenó ayer en España.

-¿Fue su intención desde el principio hacer tres películas?

-No, yo quería hacer una sola película de tres episodios, sobre tres mujeres que, como sugiere el título, buscan su paraíso particular. En la sala de montaje comprendí que la película iba a durar seis horas. En realidad esa duración no era un problema para mí, el problema es que el relato no funcionaba ni dramática ni emocionalmente.

-A lo largo de la trilogía usted explora asuntos como el turismo sexual y la religión. ¿Cuál es su conexión con ellos?

-Durante muchos años me ha interesado el turismo sexual como fenómeno, porque dice mucho acerca de la relación entre el primer y el tercer mundo. Y, sobre todo en el caso de las mujeres, es un gran tabú: ¿por qué tantas mujeres de cierta edad solo pueden hallar satisfacción sexual y emocional de esa manera? Por lo que respecta a la religión, Austria es un país muy, muy católico. En mi propia familia había curas, y recuerdo que las monjas cosieron unos hábitos para que mi hermano mayor y yo jugáramos a celebrar misas como quienes juegan a indios y vaqueros.

-¿Puede explicar la noción de paraíso en la trilogía? Sus protagonistas sueñan con él pero nunca lo alcanzan. ¿Significa que es usted pesimista acerca de la naturaleza humana?

-Más que pesimista, soy realista. Creo que a todos nos pasa lo mismo: buscamos nuestro propio paraíso, que a mi modo de ver es un estado de felicidad permanente, y fracasamos sin remedio.

-Toda su obra está poblada por seres marginales. ¿Qué le atrae de ese tipo de personajes?

-Supongo que me interesan los inadaptados porque durante mi juventud yo me sentí uno de ellos. Además, creo que son el vehículo idóneo para hablar de lo que solemos considerar como las cosas esenciales de la vida: el amor, la sexualidad, la belleza, la soledad, la muerte, las relaciones de poder, etcétera. Si te fijas, cada una de las tres películas está llena de capas de significado. Por ejemplo, me pregunto por la diferencia de cánones de belleza en Europa y África, por el conflicto cultural entre musulmanes y cristianos, o por si realmente es legítimo inhibir el amor por otra persona por la diferencia de edad.

-¿Cuánto le importa romper tabús con su cine?

-Provocar al público no es mi objetivo. Sería un poco triste hacer películas solo para eso. Pero a veces la verdad escandaliza. Yo trato de hacer que los espectadores contemplen cosas que la gente no se atreve a mirar. Nadie debería tener reparos en contemplar o ser contemplado, porque todos estamos llenos de deficiencias.

-¿Qué le fascina de la condición humana?

-Que, en general, los seres humanos somos depredadores. El otro es nuestra presa.

-¿Le molesta que le llamen misántropo o enfermo?

-No, me gusta que mi cine provoque discusiones, si eso no sucediera me sentiría inútil. Pero yo no juzgo a nadie, me limito a observar de forma realista y dejar que la gente saque sus propias conclusiones, aunque hay gente que tiene miedo de eso. En todo caso, siempre he sido fiel a mí mismo. Y de repente, gracias a Paraíso, me estoy convirtiendo en una estrella.